Ahora que la prensa atraviesa momentos, dejémoslo en difíciles, se detecta preocupación por el impacto que en la salud de la democracia puede tener el retroceso de los periódicos por el empuje de las nuevas tecnologías y los nuevos consumos de información que están promoviendo, un campo libre para las fake news. Pese a que la prensa es una imagen recurrente a la hora de representar a la democracia, lo cierto es que la mera existencia de periódicos no es sinónimo de ella. De hecho, existen periódicos en casi todos los países del mundo, sean repúblicas o monarquías, dictaduras de derechas o comunistas, teocracias o estados fallidos. Durante el franquismo existió una prensa que transitó hacia la democracia con enorme éxito, en una mutación editorial sin traumas. Y, al contrario, ha sido durante la democracia cuando se han clausurado nada menos que dos cabeceras, ambas editadas en Gipuzkoa. Primero fue Egin y poco después Egunkaria. La justicia dictó que fueron cierres ilegales pero nadie pagó por la cascada de consecuencias que acarrearon aquellas decisiones; como si se hubieran evaporado. Las decisiones, porque las consecuencias todavía nos alcanzan. Veinte años después, Gara tiene que pagar la deuda de la Seguridad Social de Egin por sucesión ideológica. Una puñalada al periódico, pero sobre todo, una puñalada a la libertad de expresión, que es lo que otorga el label democrático.