Conozco a Juan Mari Atutxa desde hace años. Recuerdo aquel lejano viernes de septiembre de 2001 en el que el entonces presidente del Parlamento Vasco acompañó, en sus primeros pasos, a un parlamentario novel como yo. De él conocía su rectitud, rasgo que, cuando tuve oportunidad de conocerle, comprobé que también trasladaba a su actitud. La rectitud, combinada con una gran bonhomía, le convirtieron en un referente moral para mí.
Esa rectitud la conocimos cuando ocupó el cargo de consejero de Interior, sosteniendo una postura firme contra ETA, contra el terror y el chantaje; a favor de la vida y de la convivencia. Fue también un referente público desde su responsabilidad al mando de una Ertzaintza que completaba su despliegue en Euskadi. Su actitud fue recta y firme, nadie en Euskadi olvidará la contra-actitud de la organización terrorista y de quienes le apoyaban contra el consejero. Nadie olvida tampoco las loas y halagos que recibía en aquellos momentos por las instituciones y partidos políticos del Estado.
Era la imagen de Atutxa, nítida y clara, en el habitual blanco y negro de la época. Sin embargo, de la noche a la mañana, un hecho alteró la percepción que se tenía de Juan Mari. Digo la percepción porque él siempre ha tenido claro su camino, ha defendido siempre los mismos principios y valores. De pronto, la persona amenazada de muerte por ETA pasaba a ser denostada en el Estado español que antes le vitoreaba. ¿La razón? Su defensa de los derechos democráticos de quienes le vilipendiaban e incluso amenazaban. En realidad, le cuestionaban por hacer bien su trabajo y salvaguardar la independencia y dignidad de las instituciones vascas frente a improcedentes injerencias y presiones de un poder judicial excesivamente vinculado al poder ejecutivo, al gobierno del Estado.
La negativa a disolver el Grupo Parlamentario Sozialista Abertzaleak tras la ilegalización de Batasuna le valió, tanto a él como a Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, la inhabilitación como cargo público por supuesta desobediencia.
Atutxa, Knörr y Bilbao fueron absueltos por el TSJPV, pero el recurso de Manos Limpias hizo que el Tribunal Supremo revocara aquella absolución y el Tribunal Constitucional confirmó su sentencia. Alegaron indefensión porque no fueron escuchados, no se les ofrecieron las garantías suficientes de defensa. Han pasado muchos años, pero esta semana ha llegado el reconocimiento debido. El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha invalidado las sentencias del Supremo y del Constitucional. La máxima Corte Europea ha reprendido a los altos tribunales del Estado por vulnerar el derecho a un juicio justo de los acusados.
Hay quien ha tratado de camuflar este varapalo a la justicia española alegando que el fallo de la Corte Europea alude a un defecto formal y no de fondo. Así lo ha hecho el ministro de Justicia, Rafael Catalá, quien en un tuit, ha asegurado que el fallo “no cuestiona la desobediencia de Atutxa a la autoridad judicial, sino el hecho de no haberle dado audiencia”. No entiendo que todo un ministro pretenda despachar este tema en un tuit, pero en cualquier caso, lo verdaderamente cierto y relevante es que ningún auto judicial permite ni obliga a incumplir el reglamento del Parlamento Vasco, ni la doctrina constitucional en vigor sobre órganos parlamentarios y partidos políticos. Es decir, la sentencia de los altos tribunales españoles era imposible de cumplir democráticamente.
Así pasó Atutxa de héroe a villano en el Estado, un viaje sin retorno ni contrapartida, porque quienes al sur del Ebro le criticaron en su día no han tenido a bien reconocer ahora su error. El tuit del ministro acapara toda la rectificación pública en este caso. Tampoco el mundo de la izquierda abertzale ha estado a la altura que esta sentencia merece; no solo no reconoció en su día la defensa que Atutxa hizo para que el grupo que les representaba pudiera completar la legislatura, sino que, en cuanto tuvo ocasión, le vetó para el cargo. Es lo que hoy conviene recordar porque es lo que ocurrió en realidad con Juan Mari Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, vetados por el grupo parlamentario al que defendieron aún a costa de poner fin a su carrera política. Es incomprensible que, ni en estas circunstancias, la izquierda abertzale sea capaz de realizar un mínimo gesto de reconocimiento.
Yo me quedo con la persona, con aquel Juan Mari que hace 16 años me acompañó en mis primeros pasos como parlamentario. Ahora ejerzo mi función en las Cortes Generales, donde echo de menos en el trabajo de las Cámaras la rectitud y seriedad que aplicaba en Gasteiz este gran referente moral para el nacionalismo vasco. El último ejemplo lo hemos tenido esta misma semana en el Senado, donde se ha cumplido el trámite de los Presupuestos Generales del Estado, que ha pasado desapercibido, invisibilizado por el sainete organizado por Podemos a mayor gloria de su líder, a quien no voy a dar aquí la presencia mediática que buscaba al presentar su moción de censura. Visto lo visto, sigo pensando que Podemos no ha nacido para ser apoyo del PSOE ni de nadie. Ni lo fue antes, cuando pudo apoyar la candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno, ni lo será en un futuro próximo. Podemos no quiere ser sombra de nadie.
Nosotros, como Atutxa, seguimos nuestro camino. En este inestable contexto político en el Estado, con un gobierno en minoría y estando el partido que lo sustenta salpicado de casos de corrupción, con el principal partido de la oposición en proceso de reconstrucción y con el tercero en discordia generando eso, discordia, hemos conocido en el intervalo de pocos días dos estudios que analizan las preferencias electorales de la ciudadanía en Euskadi. Estas encuestas avalan y alaban el trabajo, el equilibrio y la confianza que genera EAJ/PNV. Eso sí, como en el caso de Atutxa, no cabe la autocomplacencia ni la relajación: firmeza y rectitud.
Trasladando estos contrastes a Europa, resultan evidentes las diferentes situaciones que viven actualmente dos de los potencias del viejo continente. Así, mientras el Reino Unido está inmerso en pleno proceso de negociación para su salida de la Unión Europea y los conservadores han perdido la mayoría absoluta que pretendían obtener para fortalecer su posición negociadora, Francia se inclina por apostar por la mesura que parece aportar Emmanuel Macron.
En definitiva, podemos concluir que la ciudadanía premia y agradece la estabilidad. Lo vemos en las instituciones vascas y ocurre algo similar en las instituciones francesas: la ciudadanía da su confianza a quien le ofrece confianza y seguridad; estabilidad en un mundo tan cambiante. Justo al contrario de lo que ha ofrecido en el Reino Unido la primera ministra, Theresa May.
A la espera de lo que vaya a acontecer mañana en Francia, en Euskadi seguiremos celebrando la sentencia que desde allí, desde Estrasburgo, nos ha llegado esta semana; una decisión que, después de unos largos catorce años, permite a Juan Mari Atutxa poder celebrar que la justicia por fin reconoce a quien ha hecho de la rectitud y la dignidad su mejor herramienta para la democracia; les pese a unos, a otros o a ambos.
Tal y como los tres antiguos integrantes de la Mesa del Parlamento Vasco reclamaron como indemnización, su daño moral será resarcido con un euro. Se trata de un euro de inmensa valía, ya que su valor fiduciario estará respaldado por todos los que les agradeceremos siempre su firmeza y rectitud en defensa de nuestras instituciones. Zorionak eta eskerrik asko!