Tres atentados con numerosas víctimas mortales en menos de tres meses, unas elecciones parlamentarias que muy pocos esperaban, una campaña electoral paralizada por el temor a nuevos crímenes, un país aún sin superar las divisiones que ha dejado el brexit y el más que probable choque de trenes político con Escocia dejan al Reino Unido en una posición difícil de encarar sin sobresaltos. El futuro ahora mismo no se presenta prometedor para los ciudadanos británicos, que tratarán de despejar algunas de las incógnitas en las elecciones que se celebran hoy. Ninguno de los dos posibles ganadores parece tener el carisma o la fuerza necesaria para sacar al Reino Unido del atolladero.

Déjenme que les entretenga con un poco de historia y de liderazgo político. En la cúspide del Imperio, es decir en la época victoriana, segunda mitad del siglo XIX, dos ministros, Gladstone y Disraeli, formaron sólidos gobiernos y sentaron bases firmes para la futura prosperidad y el desarrollo del estado del bienestar en las islas británicas (Irlanda era todavía parte del Reino Unido). Ambos eran diametralmente opuestos. William Gladstone, un tipo austero de mirada penetrante, era el líder del Partido Liberal. Firme defensor de los clásicos y de la Biblia, sus aires de superioridad moral enfurecian a su mundano contrincante, Disraeli. Gladstone, aunque poco proclive a las concesiones, era defensor de que los irlandeses gobernasen su destino político. Benjamin Disraeli, de ascendencia judía, estaba siempre dispuesto al halago. Su gran capacidad de oratoria, bregada en el desarrollo de la abogacía, le procuró una gran aceptación por parte no sólo de sus colegas conservadores, sino de muchos ciudadanos. Cuando un miembro del Parlamento le acusó de tener ascendencia judía, Disraeli le contestó que sus orígenes estaban en el Templo de Salomón, mientras que los de su acusador estaban en una isla desconocida entonces y habitada por salvajes. Tanto Disraeli como Gladstone eran políticos de raza.

La reina Victoria, una mujer astuta que dirigió con éxito el país y el medio mundo que formaba su Imperio, sentenció entonces sin ningún tipo de duda que Gladstone la intentaba convencer de que era él y ningún otro el mejor gobernante que tenía el país. Disraelí, por su parte, siempre intentó convencerla de que era ella misma la mejor gobernante que había en el mundo. Así las cosas, no es difícil de adivinar cuál de los dos era el preferido de la reina Victoria. Por cierto, a pesar de la notable popularidad de la reina, las mujeres no pudieron votar en el Reino Unido hasta 1918. El derecho a voto se consiguió gracias a una encarnizada y formidable lucha de la sufragistas que tuvieron que sortear los obstáculos no sólo de los conservadores, sino de la propia izquierda, que temía que las mujeres dieran su apoyo a la derecha.

En estas elecciones, según los sondeos, ni los liberales ni los anti-europeístas del UKIP parecen contar mucho El debate se centra entre la líder del Partido Conservador, Theresa May, y el líder laborista, Jeremy Corbyn. Hace un mes parecía que el triunfo de los conservadores iba a ser aplastante, ahora las cosas han tomado otro rumbo, aunque pocos ponen en duda la victoria, aún ajustada, de la candidata May.

Este no es el caso de Tim Farron, un político bisoño de los liberales-demócratas que resultó elegido después de la renuncia de Nick Clegg hace dos años. Su capacidad de influencia y la de su partido en la actual política británica es muy modesta. La pasada alianza de su partido con los conservadores de Cameron ha supuesto una auténtica desbandada en esta organización política, que como suele suceder concita mucha simpatía pero pocos votos.

Si vamos a los pesos pesados de la política británica la sorpresa es, precisamente, su falta de peso. Jeremy Corbyn, jefe del Partido Laborista, ha tenido siempre la reputación de ser un militante activo y rebelde, incluso contra su propio partido. No recuerda con cariño los tiempos felices del Nuevo Laborismo de Tony Blair y de Gordon Brown. Aunque se le echó en cara su tibieza en la campaña contra el brexit, Corbyn parece haberse afianzado en su liderazgo político, donde los sindicatos siempre le han apoyado.

Theresa May es la segunda mujer que ocupa el puesto de primera ministra en la historia del Reino Unido. May no ha sido votada para el puesto, accedió a él tras la dimisión de David Cameron el pasado junio. May, que hizo campaña a favor de la permanencia de su país en la Unión Europea, ha prometido una salida organizada, promesa que de momento parece poco real. Una victoria rotunda le puede afianzar en su puesto, y en su papel de negociadora del brexit.

Han quedado lejos los tiempos victorianos; el otrora Imperio del Reino Unido se desmoronó hace tiempo y su influencia en el mundo ha disminuído considerablemente. Cuando uno mira a la historia se da cuenta de que sólo unos pocos políticos personifican el espíritu de una época. Son líderes que además de su éxito electoral son capaces de cambiar los términos del debate. Marcan un antes y un después. Estoy convencido de que, a diferencia de Gladstone y Disraeli, ni Theresa May ni Jeremy Corbyn dejarán su impronta en los anales políticos del Reino Unido. De momento, bastante tarea tendrán con salir del atolladero en que se encuentra su país.