El europeísmo y la ecuación europea
El europeísmo, uno de los idearios más importantes del siglo XX, comprometió la credibilidad del proyecto de integración con su respaldo a la deriva neoliberal y oligárquica de la Unión Europea. En lugar de mantenerse fiel al proyecto de una Europa federal, social y democrática que se forjó en la postguerra, ha validado una integración caracterizada por la falta de democracia, la insolidaridad y el intergubernamentalismo.
Su persistente actitud acrítica ante la disparatada gobernanza europea, agudizada con la crisis, ha facilitado que buena parte de la población haya terminado asimilando que Europa representa más desigualdad y también menos democracia. Ha guardado un silencio cómplice frente al liberalismo autoritario que ha dejado en manos de instituciones y órganos “no mayoritarios” los nuevos poderes con los que se ha dotado a las instituciones europeas y ha identificado como un avance de la integración el aumento de poder comunitario aunque las políticas europeas de apoyo a la precariedad laboral y de protección a la elusión fiscal se dirigieran contra el bienestar de la población.
Aunque las políticas de desigualdad aplicadas en nombre de la Unión Europea han sido uno de los factores que más ha contribuido a la desafección hacia el proyecto europeo, el europeísmo tampoco ha reaccionado ante invenciones como la Troika, a la que se ha dotado con una especie de patente de corso: las clausulas adscritas a los Memoranda de Entendimiento que imponen todo tipo de recortes sociales y privatizaciones a los Estados rescatados. Poco importa que tras los rescates y los recortes, la deuda haya seguido aumentando en la Eurozona, de un 66% en 2008 a más del 90%; del 36% al 100% en España o del 105% a cerca del 200% en Grecia. El europeísmo institucional ha respaldado el castigo para quienes aceptaron créditos pero se ha inhibido frente a la impunidad de quienes facilitaron el endeudamiento. Tampoco ha denunciado que las facilidades crediticias tuvieran como objetivo esencial rescatar a las entidades bancarias, mayoritariamente alemanas y francesas, que habían asumido riesgos temerarios con una política crediticia depredadora.
Desde que estalló la crisis de la Eurozona, alrededor de 2010, puede afirmarse que las decisiones se han adoptado conforme a intereses alemanes. Como en una réplica de su unificación decimonónica, el proceso de integración europeo parece haber convertido a Alemania en una suerte de Prusia europea y a Francia en una especie de Baviera. A falta de unos procedimientos federales precisos, el excepcionalismo de la crisis ha reforzado la centralización a favor de órganos alejados de una lógica democrática y de un control electoral. Porque sin transferencias compensatorias en un sistema de cambio fijo, las asimetrías entre Estados deficitarios, como Francia y los mediterráneos, y las economías excedentarias de la zona marco provocan enormes desequilibrios, el mandato del nuevo presidente de la República francesa debiera ser rediseñar la Eurozona y que el funcionamiento del euro se definiera democráticamente. Objetivos que sólo podrán alcanzarse si el presupuesto comunitario se incrementara sustancialmente.
De momento, el diseño del Banco Central Europeo resulta ilustrativo de la influencia del Bundesbank y del proceso de burocratización tecnocrática que orienta la integración. Los artículos 125 y 123 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE) incorporaron varias prohibiciones, como el rescate financiero de los Estados miembros o la compra de bonos, que obviamente eran exigencias alemanas para transigir con la creación del euro y que imponían severas limitaciones de mandato y recursos. Pero la desastrosa gestión de la crisis posibilitó que el BCE, para “salvar el euro”, recurriera a diferentes subterfugios y esquivara tales prohibiciones. La consecuencia de ese decisionismo de emergencia ha sido el reforzamiento de instituciones y órganos ajenos al control electoral. El gobierno económico europeo se sustenta hoy en los nuevos poderes del BCE, la Comisión, el Consejo Europeo o en la Troika y el Eurogrupo, dos organismos que incluso carecen de reconocimiento formal en los Tratados. En una nueva vuelta de tuerca de la Europa de Emergencia y conforme a una interpretación teleológica de los Tratados, los nuevos poderes discrecionales han sido legitimados por el Tribunal de Justicia de Luxemburgo mediante polémicas sentencias como las de los casos Pringle o Gauweiler.
Hay un déficit cognitivo y educativo muy importante que no termina de acometerse, como si se tratara de una cuestión secundaria. El europeísmo debe despertar de su letargo, alejarse de la connivencia con el proyecto oligárquico de Government-Sachs y centrarse en construir una Europa social y democrática. Tempus fugit.