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El pensador

Tengo en casa una pobre reproducción de El pensador (1881-1882), la célebre escultura de Auguste Rodin que en sus inicios fue conocida como El poeta. Es la figura de un hombre desnudo, fundido en bronce, solitario, preocupado, o incluso aterrado ante el mundo que le ha tocado vivir. Representa a Dante en la Puerta del Infierno, sentado con la barbilla apoyada en su mano derecha. Los críticos le encuentran parecido con Il Pensieroso que esculpió Miguel Ángel en la capilla Medicea entre 1524 y 1534. Ayer volví a mirar la estatuilla por si era capaz de inspirarme algo novedoso en relación con la jornada de reflexión. Sinceramente, no me decía nada y eso que en ocasiones me ha sacado de más de un apuro. Además, el cartón de una vieja caja casi lo ocultaba de mi vista. Ya me había olvidado de Rodin, de El pensador, y de la caja, cuando recordé aquel 13 de agosto de 1961 cuando un equipo de trabajadores de la Alemania Oriental comenzó a levantar aquella ignominia que se llamó Muro de Berlín. Una barrera casi inexpugnable que partía en dos la capital de Alemania y escindía los cuerpos, almas, mentes, historia y costumbres de sus habitantes. Aquel muro de 3,6 metros de alto y 155 kilómetros de longitud duró 28 años, siendo bautizado en occidente como el muro de la vergüenza y en el este muro de protección antifascista. He vuelto a mirar la estatuilla del pensador y se me ha ocurrido que en estos últimos tiempos, tanto en la política de Euskadi como en la española, se están levantando mucho muros de incomprensión entre las diferentes formaciones, y que demasiadas veces los medios de comunicación reflejamos más todo lo que nos separa que aquello que pueda unirnos. En las últimas semanas no solo se han mantenido las paredes que apartan a las diversas formaciones, sino que se han multiplicado internamente en el seno del PP, PSOE, EH Bildu y de Podemos. Es un fenómeno ridículo, porque lo apropiado es apercibirse de que es tiempo de pactos. Hoy, jornada de reflexión, pensémoslo y mañana, sin falta, votemos.