Lo que ocurre en Gaza no es nuevo, pero sí representa un salto en la gestión imperial y colonial del mundo. La cronopolítica, entendida como el control y gestión del tiempo por parte del poder, es una herramienta clave en los sistemas de dominación actuales y pasados. Los imperios han gobernado manipulando el tiempo: la memoria, la espera, las necesidades vitales. El necropoder no tiene prisa: administra el sufrimiento, insemina con su terror los cuerpos.

En Gaza, el tiempo se militariza. Se acelera con bombardeos, se ralentiza con asedios, se congela en la espera intencionada de una ayuda que no llega. Los cuerpos quedan atrapados en un tiempo suspendido, entre el pasado de la pérdida y un futuro incierto, donde la muerte parece el único alivio. Las ocupaciones no solo invaden territorios, también cronifican el estado de excepción: desplazamientos permanentes, toques de queda, hambruna, destrucción ambiental.

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Las decenas de miles de cadáveres se acumulan en un goteo sin fin. No hay tiempo para enterrarlos ni para el duelo. El necropoder del Estado sionista, con el aval de élites informales globales, decide quién debe morir. No solo se mata: se somete a poblaciones enteras a condiciones de existencia que conducen, lenta o bruscamente, a una deshumanización que justifica su exterminio.

En las intervenciones militares actuales se combate sobre cuerpos civiles. Drones que asesinan sin juicio previo, zonas de muerte, bombardeos indiscriminados: la vida humana se convierte en blanco táctico. El pueblo palestino, como son y han sido otros pueblos, ha sido declarado objetivo a aniquilar. El campo de batalla no son tanto objetivos militares como ciudades, campamentos, fronteras y colas del hambre.

Estas guerras contemporáneas ya no son guerras: son genocidios idénticos a las despiadadas masacres de la colonización. La posmodernidad es el retorno acelerado al régimen antiguo premoderno. Invasión militar de territorios para la eliminación de toda forma de resistencia y la expropiación de recursos naturales.