Pienso en los años 1970 a 1990 entre nosotros, cinco años antes en Europa Occidental y en Estados Unidos (costa Oeste, principalmente). Revisar el “aire del tiempo” de aquellos años me recuerda que vivíamos entonces en la línea de fondo de la crítica radical al franquismo, al capitalismo y a todo lo que oliera a derechas. Hitler era la personificación del horror en la tierra, y siguió siéndolo, cuando todavía, en numerosos círculos intelectuales vascos y españoles, la ideología marxista-leninista (o la maoísta) era aplaudida y las figuras de Lenin, Trotsky y Mao positivamente valoradas, cuando no ensalzadas. Son los últimos años del franquismo, los años de la transición y los primeros diez o quince años tras la restauración democrática en España. Además, en la actualidad, podemos ver camisetas con la efigie de Mao y del Che, y sus retratos en lugares públicos -en la Parte Vieja donostiarra sin ir más lejos- pero no verán ninguna de Franco, Hitler o Mussolini. La cuestión de si la dictadura comunista en la extinta URRS y en la China maoísta fue más o menos cruenta que la franquista, la mussoliniana y, sobretodo, la hitleriana, sigue llenando sesudos estudios aunque entre nosotros, por lo que se ve, no cabe la duda.

En Euskadi, la izquierda abertzale fue dominante, particularmente en la calle y entre muchos jóvenes. Hasta fechas recientes, hasta el paso por el poder de EH Bildu y la irrupción de Podemos. Pero en las urnas siempre venció el PNV. Sin embargo, la sombra de ETA ha planeado durante cincuenta años sobre la sociedad en Euskadi, aunque sin ser nunca mayoritaria. Siempre ha sido falso aquello que coreaban los suyos: “ETA herria zurekin”. Siempre. Su fuerza comenzó a declinar cuando decidiera, en octubre de 2011, abandonar la lucha armada, haciendo bueno el eslogan que se repetía en algunas de las muchas manifestaciones que se organizaron contra ETA en Euskadi y fuera de Euskadi: “sin las pistolas no son nada”. Creo que esta es una de las razones (no la única, ni creo que la más importante) del actual declive de la izquierda abertzale y del sentimiento independentista en Euskadi.

Por otra parte, en mi pequeña historia personal no puedo olvidar cómo entre mis alumnos, siendo profesor en el Instituto de Irun (el primer trabajo que encontré cuando, el año 1975, volví a Euskadi de mis estudios en Lovaina), la ideología dominante, la que se manifestaba públicamente dentro y fuera de las clases, era de signo izquierdista e independentista extremo, pese a que entre mis alumnos había no pocos hijos de guardias civiles y de policías nacionales que guardaban silencio. Tengo un recuerdo vívido de una alumna, una de las más brillantes y estudiosas, quien defendió en un debate en clase, con uñas y dientes, el sistema político reinante en Albania. No puedo tampoco olvidar cómo un colega en el claustro de profesores defendía ardientemente la ausencia de libertad de expresión así como el encarcelamiento de los disidentes políticos en los países de la extinta URSS. “Tienen que defender, como sea, la revolución”, argumentaba. Y no era un caso aislado. Otro colega y amigo, en la actualidad, como yo, catedrático emérito de universidad, pronosticaba la futura victoria del comunismo sobre el capitalismo.

También en Lovaina. En varios de mis trabajos he relatado cómo en la asignatura Cambio Social que cursé el último año de mis estudios de sociología (1991-92), casi el 50% del tiempo asignado a esa asignatura lo consagramos al estudio de la Revolución Cultural China (1966-1976) propiciada por Mao, uno de los iconos de la juventud universitaria del momento. Aun hoy veo su Libro Rojo en mi estantería lovaniense, aunque los acontecimientos de Praga de agosto de 1968, que relaté en mi anterior artículo, me curaron de toda veleidad totalitaria. El CIEE (Circulo Internacional de Estudiantes Extranjeros) era de claro dominio de la izquierda extrema. Entre los alumnos y entre profesores que allí se prodigaban.

Sí, el “aire del tiempo” en aquellos años era, sin duda alguna, el del extremismo de izquierdas, ahora en declive. Claramente en Francia, a trancas y a barrancas en España, aún apenas ha llegado a Euskadi. Pero ¡cuidado con caer en extremismos de derechas!, como se atisba en el centro y norte de Europa.

EL INTERROGANTE COMO RESPUESTA

En este orden de cosas quiero traer aquí una reflexión de Edgar Morin como reflejo de la ideología dominante en aquellos años y de la necesidad de mantener, siempre, un espíritu crítico. Defiende Edgar Morin, que "la ética es aleatoria". Y razona así: "mi idea es que hay que ser conscientes de que en la vida hay que hacer una apuesta, una elección. La mía es la de la fraternidad humana.

Pero nada me garantiza que, en pro de tal finalidad, yo actuaré siempre de la forma más inteligente y más eficaz. Por eso, defiendo la capacidad de corregir mi

acción. Durante la ocupación (de Francia por los nazis) yo era comunista, pues yo creía que, después de la victoria contra el nazismo, el comunismo soviético se desa-

rrollaría y crearía las condiciones de una sociedad nueva. Pero comencé a desencantar y al final rompí con mi elección. Porque quise mantenerme fiel a mi moral política

se me trató de traidor. Es así como miles, incluso millones de seres humanos, han creído que concurrían a la emancipación del género humano, cuando en realidad tra-

bajaban para su sojuzgamiento. Desde un punto de vista moral -continúa Morin debemos controlar nuestras acciones, permanecer críticos y ser conscientes de que

toda decisión es una apuesta, una elección (...) conscientes de la complejidad ética, que no se da sin incertidumbres y contradicciones"(en el libro-dialogo con Tariq Ramadan, ya citado en estas páginas, Au defi des idées, París 2014, p.70-71).

A veces, Morin, ante determinadas cuestiones, contesta que su respuesta es un “gran interrogante”. Humildad de sabio, que también nos advierte de no caer en el escepticismo, pues sostendrá que “el escepticismo debe tener como antídoto la posibilidad de dudar de la duda” y apostará por el pensamiento complejo cuando las cuestiones lo sean. Tan frecuente en nuestro tiempo. Planteamiento difícil de ser atendido en la sociedad actual en la que abundan las descalificaciones (a menudo anónimas), los 144 caracteres de Twitter, y en la que los titulares de prensa han sustituido a los editoriales y a los artículos de pensamiento. Así nos va.