Sin leer a Fanon y Sartre, aquellos alevines de revolucionarios ya se sabían de los colonizados. Sin haber leído a Krutwig, cuya biografía y escritos no aprobaban, ya sabían de qué lado estaban sus simpatías y compromiso.

cayó Oteiza, casi sesentón, por París en aquella primavera del 65 con proyectos y reclamaciones y se encontró con unos cuantos recientes refugiados de ETA. A dos de ellos y a un joven hijo del exilio convenció para que le acompañaran a la embajada de Cuba a protestar por su falta de sensibilidad revolucionaria al no haber entendido que en el corazón de Europa había ya un pueblo y un proyecto descolonizador que merecía estar en la Tricontinental de La Habana. Camino en Metro a la cita con un agregado cultural que conocía de su tiempo americano, Jorge alertaba a sus jóvenes acompañantes del riesgo que corrían en el andén si se acercaban demasiado a la vía, porque podía venir un esbirro de Franco, hacerse el despistado y empujarles a la muerte. El agregado cubano debía conocerlo bien, porque aceptó la vehemente protesta del artista con la misma sonrisa condescendiente con la que tantas otras veces en su vida se recibirían las “cosas de Jorge”.

Estaba en marcha un proyecto de Conferencia Tricontinental de solidaridad de los pueblos de Asia, África y América Latina, a celebrar en la capital de Cuba en enero de 1966, a fin de aunar fuerzas y combatir eficazmente el imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo. Era su cabeza más prestigiosa en Europa el marroquí Mehdi Ben Barka: a finales de octubre de este 65 lo secuestrarían en el corazón del Barrio Latino de París y lo harían desaparecer para siempre. Para ello debieron contar con la complicidad en distintos grados de servicios marroquíes, franceses, israelíes y norteamericanos, muy preocupados por el proyecto Tricontinental, además de con un par de truhanes del milieu. Aseguran algunos que Ben Barka iba a ser recibido por el mismísimo De Gaulle pocos días después; aseguran otros que alguno de los acompañantes de Oteiza a la embajada de Cuba estaba gestionando una cita con él a través de Argel, donde se habían refugiado Julen Madariaga y Eneko Irigarai, y de lo que quedaba de la red francesa de apoyo a la independencia de Argelia.

Antes de leer a Fanon y Sartre, aquellos alevines de revolucionarios ya se sabían de los colonizados. Sin haber leído siquiera a Krutwig, cuya biografía además de sus escritos no aprobaban, ya sabían de qué lado estaban sus simpatías, antipatías y compromiso, lo que les movió a enviar a finales de abril un telegrama de solidaridad al coronel Caamaño, constituido en líder del movimiento cívico-militar que defendía la causa popular dominicana frente a la oligarquía local y los intereses del imperio. Era la primera vez que ETA firmaba algo así, no consta que llegara el telegrama a su destino, los invasores norteamericanos acabaron rápidamente con el intento, para evitar, dijeron, que la República Dominicana y tal vez luego Haití se convirtiera en una segunda Cuba. Los etarras de París lo tomaron con humor y se prometieron no volver a mandar telegramas de solidaridad, no fuera que los invadieran en seguida.

No fue 1965 un año irrelevante para la organización. En enero se había producido la primera detención de un militante, herido de gravedad por disparos de un inspector de Policía en Iruñea. Se trataba de un joven nacido en Kanbo, en el exilio de sus padres, hijo del presidente del BBB al que sucedió Ajuriaguerra, autor de la letra del Eusko Gudariak, primer delegado del Gobierno Vasco en Venezuela, amigo personal de José Antonio Aguirre. Se trataba de un hecho lleno de resonancias para la familia abertzale. Acompañaba al detenido y consiguió huir otro joven igualmente de familia muy cercana a los dirigentes del PNV y del Gobierno, emparentado incluso con el lehendakari Leizaola.

Oteiza tuvo, en efecto, una estrecha relación con Zalbide, “el teórico más brillante e informado en esa época”, a decir de Mario Onaindia, y el teorizador de la estrategia de la acción-represión-acción que ha guiado por décadas la actividad de ETA. De este vínculo quedaron para la posteridad un par de portadas de Zutik! y algunas ideas más o menos alocadas. Tuvo también relación con Txabi Etxebarrieta, sublimada por Jorge a su muerte. A Txabi, “sacrificado en Benta-Aundi, el primero de nuestra Resistencia última”, le dedicó poemas y esculturas.

A la postre, sería este el único etarra del que no abjuraría, porque con todos los demás terminó desengañado y cabreado, muy especialmente con el que más frecuentó, José Luis Zalbide, que cuando estaba de asesor del ministro de Interior y Justicia español Juan Alberto Belloch nada habría hecho por facilitar el último homenaje que quiso hacerles a Etxebarrieta y Pardines.

Hoy, cualquier muestra de escultura-homenaje en Benta Haundi hay que adivinarlo y el lugar no lejano donde se dio muerte a Pardines ha sido borrado por una desviación del camino.

Oteiza tuvo una estrecha relación con Zalbide, “el teórico más brillante e informado en esa época”, a decir de Onaindia, y el teorizador de la estrategia acción-represión-acción