1. Verdad a capas. Afrontar la verdad nos permitirá avanzar por el camino de la convivencia. Una verdad que buscaremos trasmitir de manera compartida, aunque será una verdad que habrá que luchar para que aflore sin los agregados de engaño y encubrimiento que la han parasitado durante años.
Nuestra verdad, la verdad que necesitamos, se está desvelando a capas. A iniciativa de las instituciones públicas, se han abierto vías de indagación para conocer los daños causados por la violencia ilegítima o ilícita y se han catalogado ya una buena parte de los hechos violentos. En una segunda capa, estamos asistiendo a un debate clave sobre la valoración ética de los hechos, en el que los perpetradores buscan esquivar sus responsabilidades tras coartadas contextuales. El recurso a éstas nos lleva precisamente a demandar una tercera capa de exploración, con la finalidad de que puedan juzgarse las razones histórico-políticas que enarbolan los que han recurrido al crimen y a la coacción. Y, en este último caso, no me refiero solo al discurso y a los argumentos políticos de ETA, sino también a esa visión que justificó la acción criminal contra ETA y que fue preponderante entre los poderes del Estado.
2. Erkizia. Esta pasada semana, un veterano dirigente de la izquierda abertzale, Tasio Erkizia, exigía la verdad para avanzar por el camino de la convivencia. Su artículo proporciona la oportunidad de abrir la discusión en la tercera de las capas, en la que podrían examinarse las razones de la irrupción y la durabilidad de las estrategias violentas en Euskadi. En relación con este ámbito, el texto publicado por el antiguo representante hachebero, que rebatía una nota de Idoia Mendia que no pretendemos comentar, contenía datos ciertos, opiniones discutibles, y sobre todo, lecturas históricas rechazables (la presentación de una ETA unida al conflicto vasco por un vínculo ‘fundamental’) y alguna impostura inaceptable, como cuando Erkizia asevera que “es sencillamente mentira decir que ETA intentaba imponer un proyecto político”.
En este marco, podríamos empezar a hablar de la convergencia práctica de enfoques que, sobre la violencia en Euskadi, han mantenido un influyente sector de la inteligencia española (la doctrina Cassinello) y el MLNV. Para ambos, ETA sería una manifestación del conflicto vasco, y esta conclusión compartida les ha llevado a reconocerse mutuamente como antagonistas y también como interlocutores. Una mayoría de los vascos, sin embargo, no lo ha visto así. El lehendakari Ibarretxe reflejó este hecho de manera contundente: “es preciso no confundir el problema de la violencia de ETA con el conflicto político de relación entre Euskadi y el Estado español? ETA no representa al Pueblo Vasco y, por tanto, no tiene protagonismo alguno para resolver el conflicto político existente” (El futuro nos pertenece, 2010, p. 291).
3. ‘Zutik’. En un momento todavía preconstitucional, cuando el proceso constituyente abría posibilidades reales de desarrollo democrático y restauración política en Euskadi, ETA (m) sintió ya el impacto de una amplia desafección popular. En su Zutik nº 63, de febrero de 1978, se creyó en la necesidad de explicarse puesto que “amplios sectores del Pueblo Vasco se preguntan: ¿por qué continúa la lucha armada?” (p. 2). Con indisimulado asombro, ETA se quejaba de que toda esa gente no se hubiera enterado de que “nuestra lucha no era únicamente antifranquista, sino socialista revolucionaria y de liberación nacional” (p. 2).
En el boletín más ideológico de su historia, la organización violenta se vio entonces impelida a reproducir (sic) su proyecto político de una manera explícita y exponer de nuevo sus opiniones sobre ideología y principios, estrategia y táctica, con el objetivo de hacer pedagogía social y explicarse ante los amplios sectores que cuestionaban la continuidad de su violencia. De esta manera, venía a recordar que consideraba imprescindible recurrir a las armas para lograr la independencia política y económica, entendidas “como capacidad de decidir en el terreno político por parte única y exclusivamente de las capas populares vascas? y el ejercicio de la propiedad de todos los recursos del país por parte de dichas capas populares” (p. 3).
La terminología -independencia de decisión y propiedad de recursos por las capas populares vascas- no puede entenderse si no se hace una lectura en clave de confrontación de clases. Porque la lucha por la liberación nacional funciona, se señalaba, “como factor de radicalización de la lucha de clases” (p. 5 y 7) y como “catalizador del proceso de lucha social en todo el Estado” (p. 10). No había otra vía de agudización de conflictos que fuera posible en Europa Occidental, decía ETA. En este continente, el enfrentamiento de clases no podría llegar hasta el nivel de antagonismo que justificaría una lucha armada. Sería, sin embargo, la lucha nacional la que podía dotar de un carácter más radical a la lucha social, y legitimaría el recurso a las armas, lo que se pondría de manifiesto “en los casos de IRA, FLNC, ETA” (p. 12 y 13).
De acuerdo con el mismo Zutik 63, la acción de ETA ha perseguido la “destrucción del Estado burgués” y su sustitución por un Estado proletario (p. 4). En la medida en que las minorías burguesas vascas no estuvieran dispuestas a abandonar el poder, “la toma del poder por el proletariado será violenta y su predominio sobre la burguesía tomará la forma represiva de dictadura” (p. 8). De la misma manera que había ocurrido en otros países en los que se ejercía la dictadura del proletariado, este proceso se produciría inevitablemente, a causa de una “necesidad histórica” (p. 8). El objetivo estratégico que ETA decía perseguir en 1978 era “la constitución de un poder armado popular que defienda a los sectores populares patrióticos de cualquier agresión antidemocrática por parte de cualquier otro sector social” (p. 14).
El proyecto político que tenía ETA queda claramente delineado en los párrafos precedentes. Lograr una independencia que buscaba privilegiar a un grupo social (o más exactamente, a su vanguardia consciente) que ejercería su poder sobre el resto de la población mediante la represión y la dictadura; practicar una lucha armada que buscaría incitar el cambio de régimen en España y, a la vez, mantener un ejército privado que mantuviera a raya a sus rivales políticos en Euskadi. Al margen de la cruda realidad objetiva del estrago causado por ETA, ¿quiere Erkizia más pruebas documentales del proyecto de represión, imposición y dictadura que ha buscado el terrorismo vasco?
4. ¿Nacionalistas radicales? Es importante anotar que la organización terrorista comenzó a advertir los efectos del desapego social mucho más tempranamente de los que habitualmente se reconoce. Ante el cuestionamiento de la lucha armada por ‘amplios sectores sociales’ (sic), ETA constataba en 1978 “que esta gente no ha leído o prestado atención a nuestros escritos” (p. 2).
Es una interesante conclusión. Con ella, ETA vendría a decir que en estos textos se acredita el meollo de la causa que defendía y defiende. Así lo reivindica hoy mismo la izquierda abertzale cuando proclama la justeza de la trayectoria emprendida hace 37 años, aunque haya evolucionado hacia el modelo chavista. Aquellos textos del Zutik definen sin maquillajes un discurso y pensamiento políticos de tipo revolucionario, embebidos de alegatos calcados casi literalmente de autores leninistas y maoístas.
A pesar de ello, hoy una buena parte de analistas y académicos siguen calificando al mundo de ETA como un nacionalismo vasco radical, apelativo que se queda en la apariencia formal y explica muy poco. Se arguye que los actos de ETA y el MLNV pueden contradecir el discurso de izquierda radical que el movimiento elabora y difunde. Sin embargo, los que así razonan no han leído o simplemente han omitido la mención a los propios escritos de ETA, en los que se tiene la cuestión nacional (lucha de liberación nacional) como un factor acelerador de las contradicciones sociales, lo que ha convertido el hecho nacional (adhesión, lealtad o sentimiento) en un componente imprescindible del agit-prop del socialismo revolucionario vasco. Así habría que entender la definición, invariable desde hace décadas, que de sí misma hace ETA: Organización Socialista Revolucionaria Vasca de Liberación Nacional. En resumen, una lucha (nacional) particular que busca agudizar y catalizar un conflicto (de clase) universal.
Enrocados en una tesis que no les lleva a nada, estos autores también prescinden de tomar en cuenta las características de la acción política (preferentemente de masas y armada) que ha librado el mundo de ETA, que la emparentan directamente con la experiencia de otros movimientos revolucionarios: el despliegue de contrapoderes populares contra el estado capitalista como lucha principal y la agudización de todos los conflictos al servicio de esa confrontación principal, utilizando para ello todo tipo de medios de lucha a su alcance. No hace falta un equipaje muy pesado para ejercer de revolucionario. Combinar el movimiento de masas con las ideas del socialismo podría ser suficiente, si recurrimos a Lenin.
5. Sin prejuicios ideológicos. La búsqueda de la verdad en esta tercera capa tiene que abrirse y desarrollarse sin complejos. Una lectura ajustada del pasado exige conocer las causas por las que ha actuado el terrorismo vasco. No tardará en levantarse el velo de convenciones y estereotipos que hoy está impidiendo el estudio riguroso de la naturaleza del ideario y las acciones de ETA. Sobre todo, porque es imposible cerrar el estudio de los años de plomo en Euskadi sin atender, sin prejuicios ideológicos, a las huellas que han dejado los múltiples debates y resoluciones a través de los que la izquierda abertzale ha fijado su posición en relación con la inserción de la particularidad nacional vasca en la lucha por una revolución global, que actualmente se identifica con los regímenes bolivarianos, ejemplos de un socialismo real en el siglo XXI. Todavía hoy, la formación dirigente de la izquierda abertzale, Sortu, sigue considerando que la lucha nacional es mera expresión de la lucha de clases.
ETA comenzó a advertir los efectos del desapego social mucho más tempranamente de lo que habitualmente se reconoce
Todavía hoy, la formación dirigente de la izquierda abertzale, Sortu, sigue considerando que la lucha nacional es mera expresión de la lucha de clases