La ley de la selva
Cada día me veo envuelta, como muchos otros, en el musical la Ley de la selva, con viandantes, peatones, motoristas y conductores como protagonistas; un escenario bicolor de carreteras y bidegorris; y una banda sonora estridente con compases alternos de bocinazos, gritos e insultos. Se habla mucho de convivencia vial, pero en la carretera nos sentimos como justicieros a los que la razón justifica por encima de leyes y normas. Si somos los reyes de la selva, ¿por qué parar ante un paso de cebra? Es un musical con muchas escenas: la del ciclista que no permite pasar al peatón, la del motorista que se cuela por huecos imposibles por derecha e izquierda en la interminable fila de vehículos de un semáforo y la del conductor que adelanta sin guardar la distancia de seguridad o que apabulla a quien circula por debajo de los límites de velocidad en la autopista. A veces me recuerda a uno de los Relatos Salvajes que recrea el director Damián Szifrón, en los que se desatan episodios de violencia extrema a partir de un situación del día a día. Por desgracia, la realidad supera a la ficción. Dos casos recientes nos sitúan en la expresión de la ley del más fuerte. Un ertzaina mata a un camionero y un ciclista zurra a un conductor de autobús. Los dos por una simple discusión de tráfico. No hay banda sonora más cotidiana.