efectivamente, el concepto de “sociedad anónima”, en el imaginario de muchos y quizás por desdichadas prácticas de algunos, representa simbólicamente a una empresa cuyo único objetivo es conseguir los mayores beneficios posibles para sus accionistas, únicos detentadores del poder, y cuya única restricción es el respeto a la legalidad vigente. Aunque, obviamente, ese estereotipo no sea aplicable al funcionamiento de muchas empresas que tienen esa fórmula jurídica.

Mientras, la empresa cooperativa busca armonizar los valores del humanismo con el realismo económico para ser competitiva en el mercado de forma sostenible y, a la vez, favorecer el desarrollo humano de sus miembros. En este caso, las restricciones son mayores.

Siguiendo el pensamiento de Arizmendiarrieta, inspirado en los principios éticos del humanismo cristiano, el igual respeto a la dignidad de todas las personas debe ser preservado por encima de los intereses económicos. Por otro lado, las necesidades del proyecto colectivo deben ser prioritarias sobre los intereses individuales, incluso los de sus socios propietarios.

Las cooperativas deben, además, recoger en su ordenamiento jurídico interno cómo instrumentar la participación de los trabajadores en las decisiones de gestión, en los resultados económicos y en la propiedad de la empresa.

La cohesión social interna debe estar favorecida por un abanico salarial estrecho que refuerce así una cultura de colaboración frente a la frecuente confrontación existente en las empresas convencionales.

Finalmente, la cooperativa debe preocuparse, dentro de unos límites, de los problemas de la comunidad en la que se inserta, frente a la alternativa de deslocalización propia del modelo de máximo beneficio.

Ciertamente, en un primer acercamiento, los valores y objetivos de ambos modelos jurídicos pueden considerarse irreconciliables. Pero quizás se trata de un juicio precipitado.

¿Quiere esto decir que es preciso renunciar a la aplicación de los valores cooperativos en esos países?

Arizmendiarrieta nunca hubiera aceptado esta conclusión. Como probablemente tampoco hubiera aceptado que las sociedades anónimas creadas por las cooperativas no tuvieran características singulares en su funcionamiento y regulación interna.

Por otra parte, la “sociedad cooperativa”, como toda obra humana, también tiene sus debilidades, algunas de las cuales quedaron de manifiesto en la crisis de Fagor Electrodomésticos. En efecto, ¿Cabe pensar que un consejo de administración formado exclusivamente por trabajadores de la empresa vaya a tomar la decisión de prescindir de más de la mitad de la plantilla para salvar los negocios rentables y con futuro de la misma?

La financiación es también un problema no fácil de resolver en las cooperativas cuando la inversión por puesto de trabajo es alta. Las mismas cooperativas, en su desarrollo internacional, es difícil que apliquen sus propios principios renunciando al control y a los beneficios de sus proyectos exteriores, cuyas pérdidas irremediablemente deben asumir.

En definitiva, y a pesar de su éxito innegable, existen problemas para repetir en determinadas circunstancias el modelo jurídico cooperativo inicial, tal como, por otra parte, queda de manifiesto en los datos del desarrollo de sociedades y puestos de trabajo creados en los últimos años bajo las fórmulas de cooperativa o de sociedad anónima. Y como lo corrobora, además, el hecho de que, 170 años después del inicio del cooperativismo, no ha sido posible crear en ninguna parte del mundo una tercera vía, alternativa a la economía de mercado y al socialismo, como era el sueño de sus primeros impulsores.

Conocidos los límites de la fórmula original cooperativa, nos queda la tarea de buscar nuevas fórmulas empresariales que hagan tangible hoy el proyecto de Arizmendiarrieta de “transformar la empresa para transformar la sociedad”. Se trataría de potenciar la inspiración ética, tanto en cooperativas como en sociedades anónimas, y de procurar, si cabe, innovaciones societarias en el marco de las posibilidades de las instituciones vascas.

Para, en definitiva, abrir nuevos caminos que, en base a los valores cooperativos arriba citados, ayuden a resolver con un fundamento humanista los problemas de las personas y empresas de este país, cualquiera que sea la fórmula jurídica elegida.

La expresión “Sociedad Anónima cooperativa” puede ser considerada, en primera instancia, como un oxímoron, esto es, como una contradicción en sus propios términos.

La financiación es un problema no fácil de resolver en las cooperativas cuando la inversión por puesto de trabajo es alta

Nos queda la tarea de buscar

nuevas fórmulas empresariales que hagan tangible hoy el proyecto de Arizmendiarrieta