El pasado 23 de abril se celebró una cumbre especial del Consejo Europeo, compuesto por los jefes de Estado y de gobierno de los miembros de la Unión Europea, para examinar la insostenible situación del Mediterráneo en relación con los flujos migratorios.

Hacía mucho tiempo que las miles de muertes producidas al intentar cruzar el Mediterráneo eran causa de preocupación. Toda la frontera sur de Europa lleva tiempo asediada por las redes que trafican con las esperanzas de miles de africanos desesperados: la isla de Lampedusa, la zona del estrecho, Canarias, Sicilia, etc. Hace unos días, el hundimiento del enésimo barco, cargado hasta los topes con cientos de emigrantes, ha hecho explotar de indignación a la opinión pública europea y ha forzado a los líderes a reunirse para decidir qué hacer.

No puede negarse que se trata de un problema muy complejo, con muchas aristas y que no tiene una solución sencilla. Esto es cierto. Pero tampoco puede negarse que, hasta ahora, la Unión no había hecho gran cosa, dejando a su suerte a los estados del sur de Europa. Parecía que las palabras del Papa ante otro naufragio famoso -“¡É una vergogna!” (¡Es una vergüenza!)- habían sacudido las conciencias y que se iba a hacer algo. Pero no fue así. Cada estado miró para un lado y nadie miró en la dirección correcta.

Ahora, los Estados se han reunido al máximo nivel político para valorar la situación y ver qué pueden hacer. Durante cinco horas y media debatieron intensamente y desde luego dejaron claro que salvar las vidas de la gente inocente es la prioridad número uno. Sin embargo, señalaron que ello no significa sólo salvar a la gente en el mar y por ello acordaron unir esfuerzos en cuatro áreas prioritarias. En primer lugar, solicitaron a la alta representante (la ministra de exteriores de la Unión), Federica Mogherini, que proponga acciones para capturar y destruir los barcos de los traficantes de personas antes de que puedan usarlos, siempre dentro del derecho internacional y en colaboración con Europol. En segundo lugar, se han triplicado los recursos de la misión europea en el Mediterráneo central, obteniendo más medios y dinero del esperado. En tercer lugar, se debe mejorar la cooperación con los países de origen y tránsito de los emigrantes, tratando de evitar que se jueguen la vida en el mar. Por último, en cuarto lugar, se debe mejorar la protección de los refugiados que llegan a las costas europeas, aliviando la presión que ejercen en los países del sur. Ello incluye la redistribución de los emigrantes en los países de la Unión Europea que se ofrezcan voluntariamente a aceptarlos en sus territorios.

Aunque los líderes europeos son conscientes de que no podrán resolver este problema en semanas ni en meses, han decidido pasar a la acción. Han pedido a la Comisión Europea, al Consejo y a la alta representante coordinar sus trabajos en esta dirección. Y han establecido que se trata de una prioridad europea y que volverán a reunirse en junio para ver los avances y seguir los trabajos realizados. Así pues, la principal noticia es que la Unión ha comenzado a actuar y debemos felicitarnos por ello. No es fácil poner la pesada maquinaria europea en marcha, pero sabemos que una vez que ha comenzado a andar suele ser eficaz.

Bien es cierto que algunos han matizado la necesidad de esta solidaridad europea. Pueden recordarse, por ejemplo, las desafortunadas palabras del primer ministro británico David Cameron, cuando manifestó que pondrían a disposición de la UE algunos medios para aliviar el desastre humanitario en el Mediterráneo, pero a condición de que ninguno de esos emigrantes alcanzase el territorio británico. Sus palabras probablemente deban ser interpretadas en clave electoral interna, pero de todos modos resultan inaceptables. No se trata de que los británicos altruistamente ayuden a los Estados del sur, sino que es Europa la que inicia una serie de medidas comunes ante un problema también común. Quizás deba recordarse que los gobiernos irlandés y británico solicitaron, y consiguieron, la solidaridad europea ante el conflicto en Irlanda del Norte, definido como un problema también europeo. Esa solidaridad europea se plasmó en la aprobación de sucesivos paquetes de ayuda, el programa PEACE, con dotaciones de muchos cientos de millones de euros y que aún hoy siguen favoreciendo enormemente a ese territorio europeo.

Por este motivo, con ser muy importante lo que ha decidido hacer la Unión Europea, no es suficiente. No basta con alcanzar ciertos acuerdos entre los Estados cada vez que surja un problema europeo. Necesitamos políticas europeas, decisiones europeas y mecanismos europeos. Necesitamos una Comisión Europea con más peso político y con más medios.

En particular, respecto al problema que nos ocupa en el Mediterráneo, resulta imprescindible una política común de refugio y asilo, con medios suficientes para hacerse cargo de los refugiados aceptados en suelo europeo. En este sentido, quizás podría ser útil usar la ciudadanía europea. Hasta ahora, la ciudadanía europea ha sido una condición asociada a la ciudadanía de los Estados miembros de la UE. Pero también podría concederse la ciudadanía europea directamente por las autoridades comunitarias, sin necesidad de que sea un Estado el responsable de otorgar dicha condición.

Europa ha sido durante mucho tiempo una tierra de refugio y acogida. Siempre había una ciudad europea dispuesta a recibir a los perseguidos por dictaduras, por su religión, por sus ideas o impulsados por el drama de la guerra. No se concibe Europa sin esta hospitalidad. No hay civilización sin hospitalidad.

No valen aquí excusas relacionadas con la crisis, etc. Europa lanzó millones de sus hombres y mujeres a otros continentes cuando le convino. E incluso con la crisis en Europa nadie muere de hambre, lo que sí sucede en países de los que sus gentes escapan a la desesperada. Europa debe mantener su solidaridad interna, pero no debe olvidar su solidaridad hacia el exterior. Aunque sólo sea para lavar un poco nuestro pasado colonial.

La ciudadanía europea creada en el Tratado de Maastricht permite un desarrollo que la convierta en una herramienta realmente europea, que dé respuesta a un drama que afecta a toda Europa. Sólo así evitaremos el bochorno de ver cómo algunos estados racanean su aportación o se desentienden de las personas que arriban a nuestras costas. ¿Acaso Italia ha creado el problema? ¿Qué diría David Cameron si estos barcos de los traficantes de seres humanos alcanzasen las blancas costas de Dover? ¿Acaso no pediría, justamente, la solidaridad europea? No se puede ser europeo a tiempo parcial. El proyecto europeo sigue siendo imprescindible porque es la mejor solución, y muchas veces la única posible, a problemas comunes.

La principal noticia es que la UE ha comenzado a actuar. No es fácil poner la pesada maquinaria europea en marcha, pero sabemos que una vez que ha comenzado a andar suele ser eficaz

No basta con alcanzar ciertos acuerdos entre los estados cada vez que surja un problema europeo. Necesitamos políticas europeas, decisiones europeas y mecanismos europeos