La semana pasada leíamos que El EI (Estado Islámico) secuestra a 90 asirios cristianos en Siria (Grupo Noticias 25/02/15). Días antes, un amigo, que estudió conmigo en Lovaina, me envía un texto de Juan Carlos Martos (misionero claretiano), con foto espectacular incluida, y este titular: Cristianos quemados vivos en Nigeria: un holocausto monstruoso, ante la indiferencia internacional. Pero, habida cuenta de la proliferación de bulos e informaciones falsas en Internet, escribo al Superior de los Claretianos en Euskal Herria, a quien conozco bien, pidiéndole que me confirme si Juan Carlos Martos es, en realidad, un misionero claretiano y si puedo validar su testimonio. Me contesta con estas palabras: “Sí, conozco a Juan Carlos Martos. Es misionero claretiano y sacerdote. En este momento, trabaja en Roma y en razón de su trabajo conoce muchas partes del mundo. Sí, es una persona cabal y de fiar”. Hecha esta comprobación traslado aquí, muy, muy abreviada, su información:

“Al publicar este impresionante documento gráfico, he pretendido denunciar ante la opinión pública internacional unos hechos monstruosos, absolutamente silenciados por los medios de comunicación de masas; (?..) De hecho, si las matanzas continúan, es en buena medida porque se sigue ocultando la verdad al pueblo soberano, no vaya a ser que la sepa y se indigne: el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación propicia la indiferencia de la comunidad política internacional ante este holocausto monstruoso.

Eso sin olvidar la cobardía instalada en el mundo occidental frente al terrorismo islamista. ¿Se imaginan la reacción del terrorismo islámico en el caso de una matanza de musulmanes a manos de cristianos en una mezquita? ¿Cómo -y cuánto- de beligerantes serían las portadas de nuestros medios de comunicación condenando los hechos?” (Hasta aquí Juan Carlos Martos).

André Comte-Sponville, conocido filosofo ateo, en su contribución escribe “que la Iglesia, durante mucho tiempo, haya formado parte de los perseguidores nadie lo ignora (tampoco los directores del libro y lo señalan infinidad de veces). Pero no es una razón, continúa Comte-Sponville, para hacer caer sobre los cristianos de hoy las faltas o los crímenes de sus predecesores. Nadie es culpable de los pecados de sus padres. Los derechos de los hombres se transmiten por el nacimiento; la culpabilidad, no. Los cristianos son, en primer lugar, seres humanos. Lo que es suficiente para otorgarles derechos, luego a a obligarnos a deberes a su respecto” (página 120 de Le livre noir de la condition des chrétiens dans le monde).

El cardenal francés Jean-Louis Tauran, presidente del consejo pontificio para el diálogo interreligioso, cifraba en octubre de 2013 que “el número de cristianos perseguidos en el mundo oscila entre los 100 y los 150 millones de personas. Esta cifra, en constante aumento, hace del cristianismo la religión más perseguida del mundo” (P.13 Livre noir?). El papa Francisco, en una entrevista a La Vanguardia, decía que “estoy convencido de que la persecución contra los cristianos hoy es más fuerte que en los primeros siglos de la Iglesia. Hoy hay más cristianos mártires que en aquella época. Y no es por fantasía, es por números” (13/06/14). No es el único en pensar lo mismo.

Así Fouad Twal, jordano de nacimiento, patriarca católico de Jerusalen, en una conferencia en 2011 en Londres, exclamaba: “¿Es que nadie escucha nuestro grito? ¿Cuántas atrocidades debemos sufrir todavía antes de que alguien, en alguna parte, nos ayude?”.

Más cerca de nosotros, un historiador nada sospechoso de ser pro-eclesial, José Luis Ledesma, simplemente un historiador honesto, escribe que “durante la fase inicial de la revolución y la guerra (del 36), se desencadenó una auténtica caza del clero en toda la zona republicana.(?) El resultado fue de proporciones tan bíblicas, valga aquí la expresión, que convierte a la España de esos años en el escenario de la mayor matanza de eclesiásticos de la Europa contemporánea. Algo menos de 6.800 vidas fueros segadas por aquella violencia clerófoba, la mayor parte durante los tres primeros meses” (En Violencia Roja y Azul, España 1936-1950, Editorial Francisco Espinosa Maestre, Barcelona 2010, pág. 182). Es cierto que después vino la “cruzada”, el nacionalcatolicismo con el franquismo, uno de los últimos resabios de la colusión entre lo político y lo religioso, colusión que no acabamos de finiquitar. Es cierto también que parte del clero vasco fue víctima del nacionalcatolicismo, como muestra Anxo Ferreiro Currás en su libro Consejos de guerra contra el clero vasco (1936-1944). La iglesia vasca vencida (Ed. Intxorta Kultur Elkartea, 2013).

Volvamos, para terminar, a lo que sucede, en la actualidad, en el sureste de Turquía, en una zona fronteriza con Siria. Al comienzo del siglo XX, se asentaba allí una comunidad floreciente de 500.000 cristianos arameos que mantenían viva la lengua que, presumiblemente, hablaba Jesús. Al final del siglo pasado, esa cifra se había reducido a 2.500 cristianos arameos y numerosos observadores estiman que “su erradicación total es inminente” (Le livre noir des chretiens? pág. 34).