Recientemente escribía que si el modelo vasco interesaba en muchas universidades del mundo era por que representaba un proceso de transformación socio-político-económica razonablemente exitosa, realizado en 30 años -desde los tempranos 80 hasta el primer decenio del siglo XXI- y basado en un autogobierno que cuidaba 3 “Ies”: Identidad, Igualdad e Innovación.

De hecho, esta misma semana estamos en Nueva York, en Colombia University -que es uno de los socios, junto con la UPV/EHU, del Agirre Lehendakaria Center- presentando el Caso Vasco como una referencia para otros proyectos de investigación que se están realizando.

Y también desde aquí hemos conocido datos preocupantes sobre el aumento de la desigualdad en la Comunidad Autónoma Vasca. Tal y como se publicaba esta misma semana, entre los años 2008 y 2014, las rentas del 10% de la población vasca más pobre se han reducido un 13,4%, mientras que los ingresos del 10% más rico han crecido un 1,1%.

Los datos son de la Encuesta de Necesidades Sociales 2014, elaborada por el Gobierno Vasco, que indica además, “que la evolución de los ingresos de los dos extremos del espectro social se acentúa entre 2012 y 2014”.

Hasta el comienzo de la crisis, se había avanzado en cohesión social y reducido los desequilibrios en la distribución de las rentas, convirtiéndose en uno de los elementos centrales de lo que desde Agirre Lehendakaria Center entendemos como el “modelo vasco para el desarrollo humano sostenible”.

Una de las razones por la que el Caso Vasco es tan atractivo para los principales centros de pensamiento y análisis de la economía internacional es precisamente su cultura de la igualdad. Valoramos positivamente el avance colectivo y no nos habíamos dejado llevar por el mito del éxito individual. Ahora que hasta en San Francisco se han dado cuenta del coste social, en términos de redistribución de la riqueza y disminución de la calidad de vida, que supone creer en el “sueño americano”, buscan modelos alternativos como el vasco.

En ese contexto internacional, el aumento de la desigualdad en la CAV por primera vez en nuestra historia reciente supone un verdadero torpedo en la línea de flotación del modelo vasco. El coeficiente Gini -que mide la desigualdad de ingresos mediante un coeficiente comprendido entre 0 y 1, donde cero es la máxima igualdad y 1 la perfecta desigualdad- cambia claramente de sentido en su evolución. Cae de manera continuada pasando de 28,0 en 1996 a 25,3 en 2012. Sin embargo, en 2014 aumenta al 27,1, “reflejando un nivel de desigualdad similar al observado en el año 2000”, como se refleja en el mencionado informe.

La realidad es que si no ponemos remedio, estaremos al comienzo de un cambio de ciclo que también supone un cambio de modelo de sociedad. Hace 35 años hicimos una apuesta por un modelo de sociedad diferente. Cuando nos aconsejaban desde Madrid y Bruselas que hiciéramos como los demás, que apostásemos por la “sociedad del mercado”, dijimos que no. Decidimos que una sociedad que sólo se rige por los criterios de mercado está condenada a convertirse en un barco a la deriva, dependiente de las corrientes que marcan los principales grupos de interés y especuladores internacionales. Que un mercado sin valores es un rastro.

Y, lo más importante, demostramos que se puede construir una sociedad competitiva y moderna sin renunciar a un fuerte compromiso social. Pasamos de estar en el pelotón de cola a convertirnos en referencia internacional de ciudades, regiones y países que aspiran a transformarse de una forma solidaria en contextos de máxima dificultad. La economía social, la colaboración público-privada y la inversión en políticas sociales han sido las claves más importantes de nuestro éxito reciente. No lo decimos nosotros. Hace menos de un año, la agencia de innovación del Reino Unido (NESTA) publicó un informe en el que situaba al “Basque Country” como una de las pequeñas naciones más socialmente innovadoras del mundo.

Ha llegado el momento de decidir cómo queremos ser recordados en el futuro y, sobre todo, de decidir qué sociedad vasca queremos legar a nuestros hijos e hijas. Podemos ser una sociedad que hizo lo más difícil: transformarse profundamente siguiendo un modelo diferente y solidario pero que luego acabó convirtiéndose en uno más. O podemos decidir afrontar una nueva transformación que debería llevarnos a liderar los rankings internacionales en desarrollo humano sostenible, como acertadamente incorpora a sus discursos el lehendakari Urkullu.

No es fácil pero sabemos que es posible. Todas aquellas personas que con su esfuerzo lideraron la gran transformación de los años 80, 90 y comienzo de siglo saben que es posible. Todo depende de las decisiones que tomemos ahora. Si nos conformamos con hacer lo que hacen los demás, acabaremos siendo como los demás. Si, en cambio, decidimos colectivamente tomar un camino alternativo, encontraremos dificultades, pero seguramente alcanzaremos mejores resultados.

Nuestra historia reciente y todos los indicadores socio-económicos demuestran, además, que la apuesta por una sociedad comprometida con la igualdad es más competitiva. Es una decisión de valores pero también muy práctica. Mencionábamos en el artículo anterior que hasta el FMI lo reconoce así, siendo la última aportación la de la OCDE, que acaba de publicar un informe en el que tasa en un 22% la mejora de la competitividad que supone la participación de los trabajadores en la dirección de las empresas.

Depende de nosotros y nosotras. ¿Renovamos nuestro compromiso con un modelo vasco para el desarrollo humano sostenible o nos dejamos llevar por la marea de la desigualdad? Y tengamos claro, eso sí, que no acabarán con el pueblo vasco quienes, de manera absurda, niegan su existencia. Nuestro pueblo dejará de existir el día que en su ADN desaparezca la solidaridad.