Hago esta reflexión nada más leer que Alberto Nisman, fiscal federal argentino que investigó el atentado contra la Asociación Mutual Israelita-Argentina (AMIA) ha aparecido muerto de un disparo en la cabeza. Una extraña y sospechosa muerte en la víspera de presentar su informe en el que acusaba a la presidenta Cristina Kirchner y a su canciller Héctor Timerman entre otros funcionarios, de haber negociado con Irán la impunidad de cinco ciudadanos de ese país acusados del crimen, a cambio de negocios. En el atentado que tuvo lugar el 18 de julio de 1994 murieron 85 personas y 300 resultaron heridas.
Sucedió solo dos años después de que otra explosión frente a la embajada israelí en Buenos Aires matara a 29 personas. Hay que hacer notar que la comunidad judía en Buenos Aires es la más grande de América Latina y la quinta en el mundo, cerca de 250.000 hombres y mujeres. Muchas de estas personas tienen su origen en las poblaciones judías huidas de las inquisiciones española y portuguesa. Como es sabido muchas familias emigraron a Israel huyendo de la dictadura militar en los pasados años setenta, instalándose la mayoría en kibutz debido a sus ideas socialistas. En el de Maabarot vive la familia Yhani, personas extraordinarias con las que he tenido el placer de compartir buenas conversaciones.
La lista de judías y judíos argentinos, brillantes, solidarios, humanistas, es muy larga. Cito al poeta Juan Gelman (fallecido el 14 de enero de 2014) y al director de orquesta Daniel Barenboim, como dos ejemplos contemporáneos situados en lo más alto de la condición humana. Ninguno de los dos se encontraba en la AMIA, pero quienes murieron no eran menos seres humanos; a ellos les quitaron todo: la vida. La historia de judías y judíos comprometidos con las causas de la humanidad es tan extensa como emocionante. En el mundo viven hoy 13.750.000 judíos y judías según censo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, de los cuales 5.970.000, el 43%, viven en Israel. Desde luego la comunidad judía en su conjunto y el judaísmo merecen siempre todo el respeto. El sionismo ocupante y colonizador que bombardea Gaza es otra cosa.
Ser judío o judía es un azar de la vida, como ser musulmán, chino o europeo. No elegimos nacer, simplemente nacemos en un lugar y una familia. Y de la misma manera que quienes somos vascos no somos responsables de las acciones de un grupo que mata, ser judío no es sinónimo de responsabilidad de lo que hacen los sionistas. Debemos aprender que quienes formamos la especie humana, por encima de razas, culturas y religiones, nos debemos respeto y todavía mejor, empatía. Nadie es más que nadie.
Lo cierto es que la historia del pueblo judío y su secular diáspora es la historia de persecuciones injustas por más de 2.000 años, de un martirio muchas veces consentido cuando no alimentado por los poderes. La Edad Media fue una época particularmente dura para los judíos y judías, en un escenario social en el que ocupaban una posición destacada en el comercio y como prestamistas. Ser acusados de la crucifixión de Jesucristo fue un factor añadido en unas sociedades sectarias y supersticiosas a la hora de movilizar a las poblaciones en su contra. Las persecuciones en Europa occidental llevaron a muchas comunidades judías a desplazarse hacia el Este, Polonia y Lituania por ejemplo. El caso del capitán francés de origen judío, Alfred Dreyfus, acusado de espionaje a favor de Alemania y condenado a cadena perpetua desató una oleada de protestas en Francia ya desde la apertura del juicio en 1894, a la que sumó el célebre escritor Émile Zola, lo que le costó el exilio. El caso Dreyfus animó decisivamente la migración judía desde toda Europa hacia Palestina.
Creo que es particularmente penoso que se persiga y se reprima a una colectividad, cualquiera que sea. Que determinados intereses utilicen a las víctimas y los episodios criminales que han sufrido para fines inaceptables ya es otra cosa. Así por ejemplo, una cosa es denunciar con toda la fuerza el exterminio de judíos por los nazis, y otra aceptar lo que viene a llamarse una industria del holocausto que procura manipular a través del cine, de la televisión, de la literatura, los hechos de la Segunda Guerra Mundial para fabricarse una impunidad que permita al sionismo actuar contra el pueblo palestino con métodos y objetivos inaceptables. La historia del pueblo judío bajo el nazismo fue generalmente épica, pero ni se puede ni se debe ocultar el colaboracionismo judío que también hubo, ni el menosprecio de sectores sionistas de hoy a lo que consideran una actitud sumisa y cobarde de los judíos en los campos de exterminio.
Hoy, judíos y países musulmanes mantienen una difícil relación. Pero debe recordarse que en la época del Al-Ándalus los judíos y el judaísmo fueron muy bien tratados, viviendo una Edad de Oro entre los años 900 al 1100. A partir de esta última fecha es verdad que hubo algunas persecuciones por parte de los musulmanes (almohades) que obligaban a judíos a convertirse al Islam. Muchos se refugiaron curiosamente en Marruecos, Argelia y Libia donde los dominios árabes eran tolerantes, siendo Maimónides uno de los más ilustres refugiados. Fue en el ambiente del movimiento de la llamada Reconquista que se llegó a la expulsión de los judíos (sefarditas) en 1492, en una España sectaria de los Reyes Católicos que impusieron la conversión al catolicismo a los que se quedaron, a pesar de lo cual muchos fueron víctimas de la inquisición.
Así también las poblaciones árabes palestinas convivían cordialmente con las poblaciones judías en Palestina. Llegaron las primeras migraciones judías de Europa, huyendo de los progrom, y la convivencia entre religiones y culturas siguió siendo buena. Una imposible vuelta atrás en la historia hubiera permitido crear un Estado binacional de palestinos y judíos, viviendo juntos en un mismo territorio. Pero el curso de la historia tomó otro camino y el sionismo, en su afán de apropiarse unilateralmente de toda la Palestina histórica, teniendo a la Torá como su constitución política (lo dijo Ben-Gurión, padre de Israel), terminó por quebrar toda posibilidad de un arreglo pacífico que hubiera permitido a los dos pueblos convivir en paz.
Me consta que hay muchos judíos partidarios de un Estado para los dos pueblos. Pero como están las cosas, saben que hoy por hoy esa idea es más bien romántica e imposible.
Vuelvo al principio, para terminar. El terrible atentado de hace 20 años en Buenos Aires, mató a judías y judíos inocentes, solo por un hecho diferencial: ser lo que eran. Ahora el debate político en Argentina se mueve en la defensa o en la acusación de la presidenta Cristina Kirchner. No tengo ni idea si el fiscal hallado muerto tenía pruebas suficientes para sostener sus acusaciones. Pero lo que me preocupa realmente es que se habla muy poco de las víctimas, de la necesidad de llegar a la verdad y de hacer justicia. Una vez más el debate político bloquea la aplicación de los derechos humanos. Sin duda el estado argentino debe llegar hasta el final, pues como dicen las Abuelas de Mayo -las que tienen mejor salud mental pues se negaron a practicar la amnesia-, recordando este atentado contra la AMIA, “sin justicia nunca habrá alivio para tanto dolor”. De lo contrario habrá más pena y olvido.
Como he escrito, Juan Gelman, de origen judío, argentino hasta la medula es exponente de un compromiso total mediante una poesía atravesada por dos polos opuestos: la plenitud y lo marchito, la memoria y el olvido, la belleza y el espanto. Denunció el atentado contra la AMIA como fruto de una intolerancia furiosa y dijo: “Este atentado no es solo contra la comunidad judía, lo es también contra el pueblo argentino y sobre todo contra la humanidad. Es un crimen presidido por la mentalidad que organizó el holocausto, esa mentalidad que odia al diferente”.