Recuerdo mi época de estudiante y los tres métodos existentes para hacer frente a los exámenes. El primero, planificar bien el curso y preparar las materias con tiempo suficiente. El segundo, consistía en empollar las asignaturas en el último mes, semana, día o noche tratando de recuperar el tiempo perdido, fiando mucho el resultado a la suerte. Tenía su riesgo, pero siempre había nuevas convocatorias. El tercero, era el más grosero, residía en copiar por cualquiera de las múltiples fórmulas existentes (chuletas, apuntes escondidos, conexión por móviles...) las respuestas de la prueba. Sabías que te arriesgabas mucho, y que además se necesitaba mucha sangre fría y técnica para no ser descubierto. Estoy convencido de que si se hubieran sometido las notas finales a un sondeo hubiera resultado que en el primer grupo de estudiantes, un 90% habría aprobado con nota; en el segundo, los aprobados no habrían pasado del 20%, y en el tercero, tal vez un 5%. Sobra decir que los únicos que acudían con la tranquilidad suficiente eran los primeros, los demás rebosaban nervios e inseguridad.
Estos días, un análisis del panorama político me recuerda aquellos tiempos. Ninguno de los dos grandes partidos han sabido aprovechar el curso, más bien ha sido un dispendio, un despilfarro de horas. No han escuchado, ni han hincado los codos, ni han subrayado los temas principales, ni llevan en la mochila los trabajos a los que se comprometieron con el profesor. Se avecina el suspenso. Ahora que llegan las municipales, son presa de los nervios y desatan una retahíla de insultos mientras tratan de encontrar una fórmula magistral. Prometen seguridad y libertad, y callan corrupciones, derroches o falsedades. Se someten a jornadas intensivas, mítines de última hora, copian y vocean ideas de las formaciones nuevas. Pero son solo malos estudiantes, que ya no pueden engañar a nadie. Los ciudadanos se han cansado de tramposos y no se fían de promesas, sino de autenticidades.