PRIMAVERA de 1977. Un cuarto sin ventanas al exterior en la antigua lavandería de un pequeño hotel de Anglet. Un grupo variopinto de personas se reúne durante los meses de abril y mayo en torno a una mesa improvisada con un par de caballetes y un tablero. Hablan sobre el futuro. El futuro que no pudo ser.
Corrían tiempos convulsos. El dictador había muerto? en la cama. Adolfo Suárez estaba comprometido y decidido a desarrollar una transición "ordenada". Mientras, los sectores ultramontanos del franquismo, entre ellos las órbitas más intransigentes del Ejército -que más tarde protagonizarían varias intentonas golpistas; no solo la del 23-F- trataban de que nada cambiase para perpetuarse así en el poder. Y en medio de ese clima, el denominado "grupo de alcaldes", con el de Bergara, Jose Luis Elkoro, o el de Arrasate, Txatillo Altuna, a la cabeza, y la bendición de Telesforo de Monzón, toma la iniciativa y emplaza a las direcciones del PNV y de ETA a que mantengan una reunión. El objetivo es alcanzar un acuerdo de mínimos para entonar voces (al menos) no disonantes en las negociaciones a entablar con el Gobierno Suárez. Porque en ese foro se iban a dilucidar asuntos tan claves como la amnistía o la formulación de un marco político vasco suficiente para responder siquiera a las urgencias del momento y dotar a nuestro Pueblo de herramientas básicas para el desarrollo de su autogobierno. Todo ello, sobre el trasfondo de una disyuntiva estratégica de calado realmente histórico: transición o ruptura.
Y aceptaron reunirse. Tanto el PNV como ETA, además de otros partidos hoy ya desaparecidos, como ESEI o ESB. Nacieron así las conversaciones de Txiberta, que era el nombre de aquel modesto hotel de Iparralde que fue testigo, los días 24 y 30 de abril, y 12, 14, 17 y 23 de mayo, de los encuentros clandestinos entre representantes de dos formas diferentes de entender el abertzalismo.
36 años después, ninguno de los que nos sentamos alrededor de aquella rudimentaria mesa ocupamos puestos de representación pública. Del lado de ETA, solo Peixoto sobrevive. Argala murió a manos del terrorismo de Estado propiciado por el Gobierno del PSOE. Txomin Iturbe, en circunstancias no demasiado claras. Dolores Gonzalez Katarain Yoyes, abatida por las balas de sus otrora camaradas. Aia Zulaika Trepa, por causas naturales.
Quienes en aquel momento acudimos en representación del PNV mantenemos viva la memoria de aquellos lejanos pero intensos días, que no puedo evocar sin recordar a Mirentxu Purroy, entrañable persona y gran periodista que levantó acta de todo lo hablado durante aquellas maratonianas sesiones. Que fue mucho.
Como mucho, demasiado, es también lo que después se ha dicho y escrito, irresponsable o intencionadamente -que de todo hay-, pero las más de las veces sin que se corresponda en absoluto con lo que realmente sucedió en Txiberta. Sin ir más lejos, ninguno de los allí presentes fuimos amenazados por la otra parte. Nadie puso la pistola encima de la mesa como se ha llegado a asegurar. Hablamos con libertad. Otra cosa es que cada parte no revelara toda la información que poseía en torno al proceso que Suárez pretendía poner en marcha.
Por ejemplo, uno de los argumentos que ETA esgrimió para boicotear la participación electoral en las primeras elecciones generales del 15 de junio de 1977 fue que no iba a concederse una amnistía total. Precisamente cuando el PNV estaba en ello, en concreto, a través de su senador Julio Jáuregui y no sin dificultades pero sí con el compromiso del entonces presidente del Gobierno español. Visto con perspectiva histórica, probablemente fue una equivocación no desvelar esas gestiones; quizás las cosas podrían haber discurrido de otra manera y quién sabe si incluso este pueblo se habría ahorrado muchos años de sangre y lágrimas.
Personalmente, sin embargo, creo que el gran error, el tremendo error que unos y otros cometimos, fue sentarnos a la mesa de negociación con las decisiones adoptadas de antemano. En otras palabras: la rigidez en las posturas de unos y otros hizo de Txiberta un laberinto de interminables monólogos encadenados y, sobre todo y por desgracia, estériles.
Es posible que en el futuro me embarque en la tarea de desvelar los entresijos de aquel voluntarioso pero fallido intento. Hoy simplemente he querido desempolvar este episodio sobre lo que pudo ser y no fue. No por casualidad. Tampoco desde la nostalgia. Más bien por si puede servir de enseñanza y casi de alerta para no tropezar en la misma piedra. Porque, casi cuatro décadas después, observo con preocupación comportamientos similares a los de entonces y que, hoy como ayer, pueden arruinar las esperanzas que ahora alimentamos. De hecho, me temo que estamos reeditando en 2013 los mismos (o parecidos) errores en los que incurrimos en 1977.
Recientemente, y en estas mismas páginas, ya dejaba patente en un artículo titulado Las ramas y el bosque mi creciente preocupación por la incapacidad que el mundo abertzale está demostrando a la hora de alcanzar, cuando menos, un acuerdo de mínimos pensando en el país más que en próximas citas electorales. También en Txiberta creíamos estar pugnando por el liderazgo en el ámbito abertzale, por la interlocución válida con Madrid. Entonces, como ahora, nada ni nadie era capaz de hacer girar un milímetro su propio timón. Porque ahora, como entonces, la nuestra es la única verdad. Y el otro, siempre el otro, quien debe cruzar hasta nuestra orilla.
Así fue como en Txiberta se abrió la brecha de una profunda división que en estos 36 años no ha hecho más que agrandarse hasta alcanzar las dimensiones propias de un abismo? ¿Insalvable?
Probablemente, a más de uno esta reflexión se le antoje fuera de lugar (o al menos de tiempo) y puede que tengan razón, pero soy de los que piensan que, como decía Kierkegaard, la intrahistoria es necesaria y formativa. La vida, para ser comprendida, necesita de una mirada hacia atrás... pero para ser vivida necesita de una mirada hacia adelante. La mirada restrospectiva nos ayuda a analizar mejor los aciertos y los errores. También los que nos llevaron a la sima abierta entre abertzales desde el fracaso de Txiberta, que en estas casi cuatro décadas no ha hecho sino ensancharse, casi tanto como lo han hecho el sufrimiento y el dolor en nuestro país.
Vaya por delante que no es mi intención insistir en los errores que unos y otros hemos cometido, sino en la necesidad de abrazar con fuerza la esperanza. La esperanza de un nuevo tiempo. Porque es verdad que hay razones suficientes para pensar que la paz es una realidad casi tangible; pero no es menos cierto que aún dista mucho de estar, no ya asentada, sino tan siquiera apuntalada.
Y es que, con la misma convicción con que he rechazado siempre la sinrazón y la ilegitimidad que supone arrebatar vidas humanas aunque sea enarbolando razones políticas, he de decir también que eso que algunos denominan "el problema vasco" no ha terminado -o, mejor dicho, no se ha resuelto- con la desaparición de la violencia de ETA. Porque lo que ellos llaman "problema vasco", en realidad, no es otra cosa que las legítimas aspiraciones de libertad de un Pueblo, Euskadi o Euskal Herria, que ya existía mucho antes que ETA y continuará existiendo también después de ETA y mientras la ciudadanía vasca no goce de libertad para decidir su propio futuro.
Por eso es necesario que la decisión unilateral de ETA de abandonar su actividad armada tenga continuidad y desemboque finalmente en su total disolución. Al margen de lo que hagan (o, como en el caso del Gobierno español, no hagan) el resto de agentes implicados; la sociedad vasca deberá encargarse de forzar la toma de decisiones, las de unos y las de otros.
Y apelo al necesario papel activo de la sociedad vasca, porque siempre lo ha tenido en todo este proceso. Una sociedad que hoy, golpeada por el huracán económico, parece como anestesiada o dormida ante el más grande de los objetivos de la sociedad vasca para el siglo XXI: la paz y la normalización política. Cuestiones estas que también, por cierto, están directamente relacionadas con nuestro desempeño económico y social. Necesitamos una sociedad vasca despierta, vigilante, y creo que hoy no la tenemos... Creo que este es uno de nuestros principales problemas porque, desgraciadamente, en el resto de agentes no tengo demasiada confianza.
El resto de los agentes solo se moverán si activamos la demanda social de paz y acuerdos políticos como palanca de transformación de nuestras vidas, también de nuestra vida económica. Creo que es este el concepto de Desarrollo Humano Sostenible que con tanta brillantez y tenacidad esta defendiendo, por medio mundo el lehendakari Ibarretxe.
Pero, dicho esto, y ante una oportunidad como la que brinda la eutanasia de ETA -y ETA nunca miente, ¿verdad, señor Mayor Oreja?-, el Estado no puede negarse por más tiempo a dar pasos que nos acerquen a una paz sólida y definitiva. Ello exige, indudablemente de manera prioritaria, el reconocimiento y la reparación del daño causado a las más de 1.000 víctimas; cada una de ellas es libre luego de perdonar o no -faltaría más-, pero la sociedad no puede hipotecar su futuro y debe seguir caminando hacia la paz. Y ese recorrido incluye, igualmente, abandonar actitudes vengativas y por tanto impropias de un Estado que se reclama democrático. En especial, las que desgraciadamente vienen inspirando la política penitenciaria española, tanto con el actual gobierno del PP, como cuando mandaba el PSOE y -ni que decir tiene- antes y antes de ese antes?
¿Dónde queda, entonces y ahora, el principio humanitario y los fines resocializadores que, se supone, deberían sustentar esas políticas, cuando día tras día vemos cómo se endurecen las condiciones de las personas presas, se mantiene en prisión a reclusos aquejados de enfermedades muy graves o persisten el alejamiento y la dispersión que castiga más al entorno familiar que a la propia persona privada de libertad? ¿Acaso es justicia la llamada doctrina Parot que Madrid se empecina en sostener a pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la considera inaceptable puesto que viola garantías básicas?
La respuesta la daba en estas mismas páginas y con envidiable claridad el jurista Juanjo Álvarez: "Este debate se ha contaminado políticamente, se están sacando las cosas de quicio y se está primando lo emocional, lo irracional y el deseo de venganza sobre el concepto de justicia".
Y la cuestión es: ¿cuándo entenderán algunos poderes públicos que no todo vale en la lucha contra la violencia, que los derechos humanos no son parcelables, que una injusticia no corrige otra?
Dice un viejo amigo mío que la esperanza es como las plantas: si no se riega, se echa a perder. Y eso es lo que puede ocurrir con la ilusión que brotó en Euskadi cuando, hace dos años, ETA firmó su acta de defunción. No tanto por el temor a una más que improbable vuelta a las armas, sino por el empecinamiento de quienes añoran los viejos tiempos, aquellos en que la existencia de ETA era el pretexto perfecto para criminalizar ideas. Al menos, claro, que hagamos algo para impedir que esta primavera, como la del 77, acabe marchitándose.