He tenido una semana movida en Facebook, la red social que más frecuento. Cuando escribo estas líneas, tengo agregados 3.349 “amigos”. Comprenderán que ese término no debe tomarse en sentido literal. Más aún cuando habitualmente hago un uso profesional de la red, de manera que no me paro a distinguir quién solicita mi “amistad”, ni de qué pie cojea. Quiero pensar que entre tanta gente, habrá de todo, aunque desde luego que sé quiénes son los más activos: mis “amigos” de Bildu y alrededores ideológicos varios. Sin ellos, el muro no sería lo mismo.

Y aunque discrepe casi siempre, tengo que agradecerles el dinamismo que demuestran en la defensa de sus próceres. Otra cosa distinta es que para ello no se anden con rodeos y exhiban un tono más propio de épocas pasadas que de este “ilusionante momento del proceso”, que es como le llaman a lo de ahora. De los insultos, como son excepcionales (sólo he borrado de la lista a una docena de personas en los últimos años), prefiero no hablar. Y del debate, casi siempre, enriquecedor, me gustaría extraer mis conclusiones. Ya lo siento, pero sí, son las mías y reivindico mi derecho a decirlas y escribirlas por más que algunos se crean intocables.

Críticas. Todo empezó a cuenta de las inundaciones registradas en Gipuzkoa y la actuación de las instituciones, ayuntamientos, Diputación y Gobierno vasco. En las primeras horas del lunes se me ocurrió explicar públicamente las dificultades para obtener información oficial sobre la situación en los municipios anegados y la respuesta institucional. Cité a Euskotren, Metro Bilbao, Gobierno vasco y Diputación Foral de Gipuzkoa. Y ahí, en el último, parece que toqué hueso. La crítica tenía básicamente que ver con su política de comunicación. No iba a hablar nadie de la institución en toda la mañana pese a que los vecinos reclamaban información. Pues bien, la respuesta fue inmediata y la cosa se fue enredando.

Básicamente venía a decirme la legión de “amigos” de Bildu que era un paniaguado al servicio del PNV que estoy obsesionado con esa formación y que jamás hubiera hecho o dicho nada parecido de los anteriores gobernantes que eran, a su juicio, los auténticos responsables de las inundaciones. Con la lluvia, claro.

Unos me acusaban de estar en campaña electoral (que no sé qué tiene de malo, porque las campañas están también para hablar de la gestión pública), otros de no morder la mano que me da de comer (cosa bastante lógica, por otra parte), otros de cínico porque “esa zona se inunda siempre” (es verdad, aunque la respuesta no siempre ha sido la misma), alguno me reclamaba que explicara qué se había gestionado mal (para mí, falló la prevención en las alertas y la respuesta inmediata a la inundación que corrió más a cargo de voluntarios que de las instituciones), pero quizás el reproche más curioso es que “no era objetivo”. Digo lo de “curioso” porque si algo destilaban todos estos comentarios era subjetividad.No pretendo elaborar teoría alguna sobre el periodismo, pero por si todavía hay algún inocente entre los lectores, lamento comunicarle que no existe la objetividad.

Al periodista se le debe exigir rigor en los datos, pero no que esconda su opinión. Yo recomendaría no fiarse de los falsos periodistas objetivos; prefiero saber su opinión para pasarla por ese filtro y extraer mis propias conclusiones.

¿Intocables? El debate, que navegaba entre los aspectos técnicos y las filias y fobias políticas, me ha dejado una impresión: el problema no es que Bildu no haga a mi juicio una buena gestión, que eso puede ocurrir hasta en los mejores partidos; el auténtico problema es que su capacidad de aceptar la crítica es nulo.

Me sorprende que encajen mejor la persecución ideológica que les ha llevado a sus líderes a la cárcel que una crítica común.No es cierto, como me han reprochado, que en otras circunstancias y con otros partidos haya sido menos exigente. Pregunten a unos cuantos alcaldes del PNV y del PSE qué tal les ha ido a ellos con las quejas cuando sus municipios se han vuelto intransitables por el agua o la nieve. Verán cómo también les escoció, pero no hubo un coro al lado para establecer un cordón ideológico a su alrededor.

Pregunten a Lazkoz por la nevada hace dos años en Gasteiz; o comparen la respuesta de la Diputación de Gipuzkoa ahora con la dimisión en febrero de 2005 del director de carreteras de la Diputación de Bizkaia que patinó en el “hielo negro”. A Martín Garitano no le hemos oído todavía y su portavoz, Larraitz Ugarte, se dedica más a arrear a la prensa crítica que a explicar qué hacen.

Aquí nadie es intocable, empezando por supuesto por la propia prensa y quien esto firma. Tengo la sensación de que opinar diferente que mis “amigos” alineados con la izquierda abertzale me convierte de manera automática, al margen de los razonamientos, en un elemento más del complot universal contra ese gran movimiento nacional que empieza a amanecer.

Se me ocurrió echar un poco más de leña al fuego al decir que casi seguro los vecinos de Txomin Enea y Martutene que se habían manifestado también son parte de ese complot y ahí ya se armó la marimorena.Sostengo, como lo hice al día siguiente de las elecciones municipales y forales, que Bildu había obtenido una amplísima mayoría de votos que desaconsejaba cualquier otra fórmula de gobierno que apartara a la coalición del poder.

Hoy lo mantengo con más énfasis, porque eso nos permite juzgar, criticar, premiar o castigar en las siguientes elecciones con más criterio. Por añadidura, quizás consigamos que se acostumbren a ganar y a perder (hasta ahora no jugaba a eso) y a recibir críticas públicas sin que eso suponga un boicot informativo y publicitario. Sí, han leído bien. Aquí la cosa va por barrios y en esto, también Garitano lleva el camino de López. O el de Chávez.