No quiero resultarles desagradable, pero ahora soy yo quien se va de vacaciones. Penitente trabajador en estos días de Pasión católica, mis jefes han considerado que me merezco unos diítas para irme a ver el Madrid-Barça tranquilo, con cañita en la mano y tapita en la boca. Resulta que, además, como ser sujeto a las teorías de Darwin, me hallo en una fase de la vida en la que puedo ver un partido de fútbol sin sufrir. Algo maravilloso. Lo mismo me da Toquero que Pep. Debo haber tomado algún antídoto; una droga prohibida por el Gobierno español que me lleva, más allá de mis preferencias balompédicas, a valorar cada acontecimiento Messiánico como un aliciente nuevo que nos saca de la cotidianidad, sea gol o poste. Que gana el Madrid, pues me compro el Marca. Que lo hace el Barça... Mundo Deportivo. Y así me entretengo, un día sí y otro también, con las aventuras de unos y las penas de otros. Me contaban el otro día que la Real jugó muy bien el derbi y que el Athletic fue rácano en su planteamiento, que estuvo flojo y que los txuri urdin merecieron más. Me lo decía un seguidor rojiblanco que solo pretendía ser caballeroso con el derrotado, teniéndome a mí por un sufridor realista. ¿Qué quieren que les diga? Mi mayor preocupación estos días de asueto va a ser no romperme la crisma con los patines que me voy a comprar por pura cabezonería. Imagínense a un tío macizorro de 1,72 y 92 kilos, más bien tirando a bruto y subido a unas ruedas por primera vez en su vida a los 37 años. No sé si hay antídoto para esto.