NO parece que la antigua y hermosa heráldica de los ayuntamientos vascos esté siendo muy bien tratada durante las últimas décadas. Hay quien entiende que -debido a su estética o contenido- esos blasones con siglos de historia no representan ya a la población actual.
Por lo que respecta a las razones de índole formal, están provocando el que sean desplazados por los logotipos. El caso de Irun nos permite ilustrar esta tendencia.
El escudo municipal muestra un castillo sobre el que -según consta en la certificación expedida el año 1758 por el rey de armas, Manuel Antonio Brochero- hay dos grullas y un lema en latín que proclama: Vigilantiae custos. Hace referencia a la labor de vigilancia y custodia desempeñada por la ciudad durante siglos, especialmente respecto a la frontera con Francia. Podemos comprobar que esa idea quedó muy bien plasmada en las armas municipales.
Pero este carácter fronterizo no queda de manifiesto tan solo en el pasado militar. Su condición de nudo de comunicaciones, de puerta para el comercio, ha marcado la historia de la localidad. También por aquí entraban las nuevas ideas, lo que se refleja en el hecho de que su pasado cultural sea mucho más rico que el de otros lugares.
Hoy, parece que sus aves heráldicas no otean ya el horizonte. El escudo de Lisboa muestra dos cuervos o el de La Haya una cigüeña. Pero lo que no se les ocurre en esas dos grandes urbes europeas, lo ha hecho la segunda ciudad guipuzcoana. Aquí el blasón no ha sido formalmente eliminado, pero apenas se emplea en la relación del ayuntamiento con los ciudadanos. Para ello utilizan un logotipo que carece de todo ese gran poder evocador.
Precisamente Irun, debido a su enorme crecimiento y transformaciones urbanísticas producidas a lo largo del siglo XX, necesita tener presentes sus raíces, recordar su proceso evolutivo. Ello hace muy aconsejable la presencia constante de símbolos que ayuden a entender ese pasado.
Pero también sucede algo similar en muchos otros municipios. Recientemente he visto un escudo de Azkoitia, de hace unas décadas, que tenía una variante de interés. Al entrar en la página web del Ayuntamiento en busca de información sobre las armas municipales, constato que emplean un logotipo.
En Durango han publicado, a finales del año pasado, un libro que muestra una completa colección de representaciones del blasón municipal, desde el siglo XVI hasta finales del XX, en que fue también sustituido.
Creo que la muestra es suficiente. Añadiré que esta moda no es algo exclusivamente vasco. La padecen también en otras comunidades autónomas. Un segundo factor que explica la mutilación u olvido de los blasones, lo constituyen los motivos políticos. La desafortunada modificación de los símbolos provinciales de Bizkaia y Gipuzkoa (que tuvo lugar respectivamente los años 1986 y 1979), sigue produciendo sus efectos en los escudos municipales. Lizartza lo alteró a la par que el de la provincia. En Antzuola debaten desde hace tiempo la supresión de los cañones del escudo municipal.
Felizmente el valle de Salazar, en Navarra, no renuncia a su lema Azkenean konta, (Al fin se verá), por muy del siglo XVI que sea. También la republicana Baiona parece sentirse cómoda con su Numquam polluta, utilizada, por ejemplo, en tiempos de Luis XIV.
Es cierto que la mayoría de los símbolos heráldicos fueros diseñados durante el Antiguo Régimen, en una época en la que los países estaban regidos por monarquías absolutas y tampoco había, por ejemplo, libertad religiosa. Por ello algunos consideran que no representan el actual sentir de la comunidad.
Pero la cuestión es más compleja. Los grupos humanos de hace siglos tenían un nivel cultural mucho más rudimentario que el actual. Por ello transmiten, frecuentemente, la imagen de un pasado imperfecto. No obstante, se trata de sociedades en las que (al igual que en la nuestra) había cosas buenas y malas. En consecuencia, no deben ser mitificadas, ni rechazadas en bloque. Por otra parte, la visión crítica que se nos facilita al examinar estas muestras del pasado que son sus símbolos, ayuda también a ver con cierta perspectiva el momento actual.
Volviendo a los aspectos puramente formales, ¿a qué es debido ese constante afán de innovación?
Además de a la propia evolución del arte, sabemos que hay factores de tipo personal. A los políticos (desde aquellos que mandaron hacer las pirámides, hasta los de ahora), les gusta dejar huellas de su paso por el mundo. En cuando a los diseñadores, además de éste motivo, viven de ello.
Pero los intereses de ambos grupos pueden ser conciliables con la tradición. Preservando en todo momento los blasones antiguos, cabe formular -fundamentalmente para aplicaciones puntuales- todo tipo de variantes. Veamos un ejemplo. Solo con unas almenas, una grulla y el lema (esto es: una parte muy pequeña del dibujo) se podría transmitir inequívocamente la idea de Irun. Como puede comprobarse, a la creatividad del artista se le ofrece un amplio campo. La heráldica municipal constituye, al fin y al cabo, una parte de nuestro patrimonio cultural, que merece ser investigada y preservada con cariño. Por eso exige también una actitud de vigilancia y protección. Lo dicho: Vigilantiae custos.