Cuando decidió huir de la ciudad y jubilarse, el anciano profesor de la Universidad de Nueva York no pensó que iba a ser perseguido por las infecciosas construcciones de la gran metrópolis. Había escogido volver a casa, a la tierra de sus progenitores, Hillsborough, un pequeño pueblo. Recibió en su casa al pequeño grupo internacional de investigadores y juntos desayunaron viendo los brillos del sol entre los pinos, con el agua del estanque que habían construido los castores, luego les llevó a un cruce de caminos donde las estrechas carreteras se habían sustituido por amplias vías y habían sembrado semáforos en vez de maíz o robles.
Desperdigados, feos, señaló edificios de varias compañías internacionales, que cualquier día podían desaparecer llevándoselas a China y arruinando de golpe la región. No había ahí estructura social, el comercio local había muerto. Si los norteamericanos tienen miedo de las multinacionales, ¿quién está a salvo? Si EEUU es un títere de las compañías económicas multinacionales, ¿dónde están las libertades, la democracia?
Los grandes defensores de la globalización habían sido globalizados, colonizados, y temían por ver su futuro en la manos invisibles de otros. Ahora hablamos de nuestra tierra designándola como un globo, el anciano y venerado planeta convertido en una pelota que sólo unos pocos dirigen a patadas en una dirección u otra, como hemos visto cuando Wall Street dejó caer sus quimeras, con las que pueden devastar continentes o construir nuevos mundos. Cada vez es más evidente que los ciudadanos del mundo exigen controlar al gran comercio y las grandes finanzas, para no ser sus esclavos. El momento de replantearlo ha llegado provocado por la avaricia de los bancos; en los EEUU han empezado, para que la mano transparente no sea una mano negra.
Ilia Galán