En Estados Unidos, la palabra “Demócrata” con mayúscula no es lo mismo que con minúscula: la primera se refiere al Partido Demócrata, a cuyos afiliados se les aplica la mayúscula, la segunda define la predisposición política contraria a dictaduras y caudillos.

Ahora, el partido Demócrata está muy menguado, confinado a la oposición pues no controla ninguna de las 3 ramas del gobierno, ni a nivel federal ni estatal, pues tan solo 23 de los 50 estados forman la federación que son Demócratas, frente a 27 republicanos.

Es cierto que el estado más populoso del país –California– tiene un gobierno Demócrata, como también Nueva York. Pero ambos van perdiendo población por un constante éxodo de sus residentes a Texas y Florida, dos bastiones republicanos que van ganando votos electorales gracias a este influjo: Nueva York, hasta el siglo pasado el estado con mayor población, ha quedado ahora en cuarto lugar en residentes y votos.

El Partido Demócrata parece haberse agotado en definiciones y distingos políticos que han llevado a un cambio de seguidores: otrora el partido de los obreros, inmigrantes y gente de pocos recursos, siempre más numerosos que los académicos, profesionales y millonarios, se ha convertido en el preferido por las élites económicas y culturales.

Las consecuencias van desde la extravagancia de Hollywood, que ha perdido la habilidad de producir películas taquilleras, hasta los elementos más polémicos de la progresía que espantan a grandes sectores de la población.

Un reciente ejemplo es la ciudad de Nueva York, donde las encuestas pronostican, con lo que ahora parece una ventaja insuperable, la victoria en las elecciones municipales de Zoran Mamdani, un emigrante de origen indio nacido en Uganda quien, a sus 32 años, ha podido dedicarse intensamente a la política debido a la holgura económica de que disfruta por motivos familiares.

El progresismo de Mamdani, quien quiere congelar los alquileres, financiar los colmados, subir los impuestos a las clases más pudientes, ofrecer enseñanza gratuita en las universidades, además de otras sugerencias semejantes, puede ser popular entre las clases menos pudientes, pero probablemente su elección provocaría un éxodo a Texas y Florida de quienes más impuestos pagan, lo que debilitaría la economía de la ciudad y acentuaría más aún el descenso de Nueva York como peso en las elecciones generales.

El Partido Demócrata ha presentado en los últimos años a lideres incapaces o enfermos, como el último presidente Biden o Kamala Harris que hicieron posible la segunda victoria de Trump, quien también se benefició en las elecciones de 2016 de la personalidad cáustica de la candidata demócrata Hillary Clinton.

Todo esto ha llevado en los últimos años a un crecimiento de las filas republicanas con votos tradicionalmente demócratas, como obreros, negros e inmigrantes.

No hay duda de que entre los demócratas existen personajes cualificados, por mucho que hoy en día no hayan salido a la luz, como ocurrió en la última década del siglo pasado con Bill Clinton, un desconocido gobernador de un pequeño estado, que se impuso al primer presidente Bush en su campaña de reelección.

Pero de momento, el único que parece preparase para esta lucha es el gobernador de California Gavin Newson, muy popular en su estado pero que tal vez no tenga el empuje nacional de uno de sus predecesores en el cargo, el republicano Ronald Reagan.

No parece haber una gran conciencia entre los demócratas de su difícil situación electoral y siguen confiando en las limitaciones de Trump, un hombre que, con el 40% de aprobación, tiene el apoyo popular más bajo de las últimas décadas.

Pero la experiencia con Trump es que tal vez no resulte tan fácil desbancarlo… a no ser que sus políticas económicas tengan las consecuencias negativas que tantos temen y pronostican. En este caso, el bolsillo –no la oposición política– acabará con su mandato, pero ni siguiera así es seguro que un Demócrata se beneficie, pues podrían surgir candidatos más estables y atractivos dentro del Partido Republicano.