Desde su regreso a la Casa Blanca, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se ha rodeado de dóciles seguidores que expresan diariamente su admiración por las hazañas del primer mandatario.
Tal vez hay críticas constructivas en círculos cerrados o en conversaciones confidenciales, pero a la vista del público, todo son lisonjas en torno a Trump, tal vez porque sus colaboradores saben que tan solo acepta admiración. Pero a veces los hechos no se plieguen tanto a la realidad y provocan dudas entre la población, que parece poco a poco más desencantada con las medidas del inquilino de la Casa Blanca.
El desencanto no está muy justificado: Donald Trump no hace más que cumplir con sus promesas electorales, algo poco frecuente entre los políticos y que tal vez explique la sorpresa de sus seguidores cuando ven que hace precisamente lo que anunció en su campaña electoral.
Entre las medidas que generan menos entusiasmo, ya sea entre el ciudadano de a pie o los agentes económicos, está la caza y captura de los inmigrantes indocumentados, algunos desde hace décadas ya insertados en la vida económica del país. El centro responsable por las detenciones y expulsiones ha recibido una fuerte infusión de fondos para contratar agentes y acelerar las deportaciones, algo que alarma a las explotaciones agrícolas y la industria hotelera, que dependen de trabajadores extranjeros.
Otro tanto ocurre con los elevados aranceles a las importaciones que afectan a todos porque Estados Unidos es un país importador, con balanzas comerciales tradicionalmente negativas en miles de millones de dólares.
Aunque el efecto de estas políticas todavía no se nota excesivamente, a pocos les escapa que los nuevos aranceles no los pagan los exportadores sino el consumidor norteamericano, que habrá de rascarse el bolsillo para gastar más dinero que antes en sus compras habituales. Es algo que puede anular los beneficios fiscales de los que Trump tanto presume.
Estadísticas negativas
Pero el presidente parece tan confiado como siempre en lo acertado de su estrategia, incluso cuando las estadísticas le son negativas, como indican ya algunas encuestas: aproximadamente el 48% de los habitantes del país aprueba en general su política, pero el 51% está en desacuerdo, mientras que tan solo el 44% piensa que Estados Unidos va por buen camino, frente a un 52% que opina lo contrario.
Aunque estas encuestas le son mucho más favorables a Trump que a su predecesor Joe Biden, marcan una erosión en su popularidad, que rondaba el 60% al comienzo de su mandato.
Por otra parte, las cifras de empleo tampoco son muy favorables pues al margen de las cifras oficiales que sitúan el paro en un 4,3%, otros estudios independientes estiman que más del 7% del país está desocupado, un porcentaje que podría ir subiendo si el gobierno continúa eliminando cargos públicos y las empresas no lo compensan con mayores contrataciones.
A diferencia de lo ocurrido hasta ahora, los empleos menos seguros son los de los funcionarios, que temen ser despedidos en cualquier momento.
De momento, Trump sigue con su optimismo oficial y responde a las noticias negativas de forma virulenta: su última pataleta se cebó en la responsable de recoger estadísticas económicas, la señora Erika McEntarfer, cesada de manera fulminante al presentar datos de que la economía apenas generó empleo en los últimos meses.
Con más de medio año en la Casa Blanca, el presidente ya no puede achacar sus problemas a la administración anterior y buscó culpables en la “parcialidad” de los datos oficiales recogidos por funcionarios infieles.
Pero quizá, como tantos de sus predecesores, encuentre alivio en la palestra internacional, especialmente si logra pronto alguna mejora en la guerra de Ucrania o la continua crisis del Próximo Oriente, aunque los ojos del país se fijarán más en los propios bolsillos que en negociaciones en países lejanos.