Mientras los norteamericanos se preguntan quién será su nuevo presidente y con la atención internacional también fijada en las elecciones de Estados Unidos, Washington ha reunido a los principales expertos económicos del mundo que se han mostrado tan perplejos como la gente de a pie ante las previsiones electorales del 5 de noviembre.
Estos funcionarios, personajes bien informados acerca de la política y economía del mundo entero, trataron en su recién concluida reunión anual del Fondo Monetario Internacional, de las previsiones económicas mundiales. Nada indica que tengan mejores formas que el resto de los mortales de prever lo que ocurrirá.
Lo que sí parecen creer todos es que, sea quien sea el futuro presidente, la economía de Estados Unidos seguirá ocupando el primer lugar del mundo y tendrá las mejores perspectivas, a pesar de los aspectos negativos que aporta el creciente endeudamiento del país, unos tipos de interés demasiado elevados y una economía que no acaba de despegar.
A todo esto, se suma la incertidumbre electoral: ni Kamala Harris ni Donald Trump ofrecen una visión que entusiasme a los economistas. Trump, por el temor a que caiga en un proteccionismo que perjudique a sus aliados y a países en vías de desarrollo, mientras que las propuestas sociales de Harris son una garantía de que el déficit de EEUU, que ya supera todo su producto económico, impida el crecimiento del coloso económico, tan necesario para aupar al resto del mundo.
Es cierto que Harris parece haber moderado sus impulsos de socializar a marchas forzadas la enorme riqueza de este país, pero las dudas en cuanto a la moderación de sus proyectos parecen muy justificadas, no solo por la experiencia general de que las promesas electorales acostumbran a tener poco fundamento, sino porque incluso en esta fase pre-electoral tiene unas sugerencias reactivadoras que prometen más inflación sin garantías de crecimiento.
Tampoco hay grandes esperanzas en el segundo gigante económico mundial, China, a pesar de que Pekín enviase a las reuniones de Washington a representantes que hablaron de grandes estímulos para reactivar la casi parada economía del país.
Todo ello crea un clima general de desasosiego, que en Estados Unidos se refleja en las encuestas de una población que no cree que el país esté por el buen camino económico, y eso opina no ya la mitad, sino casi dos tercios del país. Y como la economía responde de manera muy sensible al estado de ánimo general, se podría decir que el mundo se marchó de Washington este fin de semana con un mensaje pesimista.
Es algo que no conviene al actual gobierno norteamericano, que tiene la esperanza de poner a Kamala Harris al frente del país: aunque Harris se presenta como una nueva generación con ideas frescas, hasta ahora no podido desligarse de la herencia del presidente Biden, quien aparte de la senilidad que le aflige desde el principio de su mandato, ha gobernado muy a la izquierda de donde había anunciado antes de ganar las elecciones.
Con la particularidad de que Biden es mucho más conservador que Harris, quien a su vez escogió a un vicepresidente todavía más progresista que ella. Hace pensar que, al igual que Biden hizo campaña como candidato de centro para descolgarse con ambiciones progresistas, también Kamala Harris volverá a sus raíces con programas que afectarán seriamente el ya tambaleante erario público.
Quizá esto explique la relativa bonanza del expresidente Trump, aunque las indicaciones favorables para él han disminuido, de forma que se ha pasado de una pequeña ventaja de dos puntos en las encuestas de intención de voto, a una pequeña desventaja de dos puntos.
Son datos que sirven de poco, pues en ambos casos están dentro del marco estadístico de error y todo parece indicar que llegaremos a las elecciones en la misma incertidumbre.
Una incertidumbre que probablemente se prolongará más allá del día de las elecciones: la votación podría no zanjarse el 5 de noviembre porque probablemente más de la mitad del país habrá votado anticipadamente o por correo, un recuento que lleva más tiempo que a pie de urna.
Pero si el grupo de votantes es cada vez más reducido, los candidatos no parecen haberse enterado y han entrado en una fase de fervor renovado, por mucho que tanto Trump como Harris persigan a un número cada vez más reducido de sufragios.