Por mucho que dure la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”, escribió el famoso poeta libanés Khalil Gibran. Su país, el Líbano, vuelve a estar en el ojo de la borrasca de un conflicto bélico, cuando estamos a punto de que se cumplan cincuenta años del inicio de la brutal guerra civil que devastó el país durante quince años. Líbano parece incapaz de escapar a la tormenta, y la escalada entre Hizbulá y las fuerzas israelíes no hace más que llenar de nubes el horizonte de un país que sigue sin superar las heridas internas de la guerra civil que la desangró hace casi cinco décadas, y que se encuentra cada día que pasa más cerca del abismo.
Líbano ha sido históricamente un cruce de caminos entre diferentes culturas, imperios y religiones. Debido a esto, el país es un crisol de etnias, religiones y culturas. Dieciocho son las comunidades religiosas que la conforman, en una población de cuatro millones de personas. Históricamente, los cristianos, principalmente los maronitas, conformaban más de la mitad de la población. Por otro lado, los musulmanes, de origen árabe, configuraban el otro gran grupo, divididos entre suníes y chiíes, y una pequeña pero importante minoría drusa. Históricamente, las distintas confesiones fueron lideradas por ciertas familias que ostentaban el poder en cada comunidad y que actuaban como caudillos en el equilibrio de poder en la región.
Tras la independencia de Francia en los años 50, los maronitas detentaron el poder. Fue la entrada de miles de refugiados palestinos y elementos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en los 70, que buscaban una nueva base para sus operaciones tras ser expulsados de Jordania, lo que alteró el equilibrio de poder tradicional en el Líbano. En 1975, con la excusa de un incidente entre cristianos y miembros de la OLP en una iglesia, comenzó la guerra civil libanesa. En la contienda, se enfrentaron, por una parte los maronitas y otras fuerzas conservadoras tratando de mantener el poder y expulsar a la OLP del país; y, por otra, los sunitas, chiitas y drusos, junto a la OLP y los movimientos de izquierdas libaneses que pretendían cambiar el statu quo político y lograr más cuota de poder.
Si el conflicto, desde el punto de vista interno debido a la multitud de agentes tan diversos, ya de por sí, era terriblemente complejo, las potencias internacionales elevaron la guerra a cotas de insospechada destrucción y devastación. Por un lado, se juntaron las potencias occidentales y Arabia Saudí que apoyaron a los maronitas, lo mismo que Siria quien quería evitar que la OLP, que no se plegaba a los deseos de Al Assad, consolidase una base cerca de su territorio. Por su lado, la Unión Soviética junto a los países comunistas de la época apoyó al mundo árabe. También Israel intervino en la contienda, invadiendo el sur del Líbano en su intento de acabar con la OLP. Pero fue Irán la verdadera ganadora del conflicto, ya que logró unir a la empobrecida y desunida comunidad chií en un nuevo y potente movimiento político y militar fiel a sus directrices, Hizbulá.
Quince años de devastación
Aquellos 15 años devastaron el país, con 130.000 muertos, dejando Beirut en escombros, además de heridas profundas en las relaciones entre las distintas comunidades, incluso también a nivel interno de las mismas, acabando muchas facciones en luchas internas entre sus distintos líderes. Al final, fueron los sirios, con el apoyo occidental, los que pararon el conflicto dejando el país bajo su influencia, y tras los acuerdos de Taif, manteniendo un régimen interconfesional en el que las tres grandes comunidades se repartían el poder del país. A partir de entonces, el presidente del país sería siempre un maronita, el primer ministro sunita y el presidente del parlamento chiita.
Dio comienzo a una reconstrucción del país en la que Arabia Saudí, a través de sus petrodólares y su influencia en el primer ministro Hariri, inició una nueva era de paz entre las distintas comunidades. Todas las milicias fueron desarmadas, a excepción de Hizbulá, ya que esta continuó resistiendo en el sur a la ocupación por parte de Israel. Un hecho que en los siguientes años traería graves consecuencias para el Líbano.
rencillas entre comunidades A pesar del dinero saudí e internacional y la estabilidad de los primeros años en el complejo sistema político interconfesional, Líbano ha sido incapaz de lograr la prosperidad y sanar las heridas del pasado. Por un lado, las históricas rencillas entre comunidades y la incapacidad de superar los límites interconfesionales, han imposibilitado que el país se una para labrar un futuro compartido por todos. Por otro lado, la influencia de las potencias extranjeras, Siria, Irán o Arabia Saudí, sin olvidar también a Occidente, han interferido gravemente en el devenir político del país. Sin olvidar a Israel, que tras más de veinte años ocupando el sur del Líbano, sigue condicionando toda la región en su particular guerra con Hizbulá.
A nivel interno, el régimen interconfesional que vertebra el país carece de toda legitimidad a nivel ciudadano. La terrible crisis económica que sacude al país desde hace más de dos décadas, lastrada por un régimen corrupto en el que los líderes de las distintas comunidades no buscan más que el beneficio propio y el de su gente, carece de legitimación entre los libaneses, y ha propiciado puntualmente el estallido de revueltas populares.
La explosión de un depósito ilegal de nitrato de amonio en el puerto de Beirut, que causó más de 200 muertos y devastó parte de la ciudad, es un ejemplo de un sistema corrupto que lastra un país que trata de buscar un futuro. Aquel incidente fue un recordatorio al país de su incapacidad de superar la corrupción y la violencia, y las consecuencias sobre una población acostumbrada a la pobreza y a los escombros.
La falta de oportunidades, sobre todo para una juventud cuya única salida es la emigración, se agrava por la inestabilidad de un sistema político en el que las distintas comunidades solo pugnan por sus propios intereses; y por la influencia de potencias extranjeras que tratan de favorecer sus intereses por encima de los nacionales. El asesinato de Rafiq Hariri, primer ministro del país, propició una oleada de protestas contra la influencia del gobierno sirio en el país, logrando incluso el abandono de las fuerzas sirias del territorio libanés, muestra a las claras cómo el devenir político libanés se encuentra condicionado por los países limítrofes.
La creciente influencia de Irán
Sin embargo, quizás, el caso iraní enseñe más claramente la influencia exterior sobre la política libanesa. Hizbulá, que desde sus orígenes ha unido su destino al de Irán, se ha convertido en los últimos años en un actor decisivo tanto a nivel interno como externo en la región. Conformando un partido político muy consolidado e influyente a nivel social, dedicándose a crear escuelas, hospitales y servicios ciudadanos, convirtiéndose en un estado dentro del estado.
A la vez que sus milicias, cada vez más fuertes y efectivas, entrenadas y financiadas por Irán, se han convertido en un actor militar cada vez más poderoso tanto a nivel interno como externo, convirtiéndose en uno de los principales actores del “eje de la resistencia” conformado por Irán, los hutíes de Yemen, Hamás y la Yihad Islámica de Palestina.
A nivel interno, Hizbulá cada vez tiene más poder político, mientras sus rivales se ven paulatinamente más incapacitados por sus carencias económicas y rivalidades confesionales. Así, Hizbulá cada vez tiene mayores cotas de influencia en la sociedad libanesa y cada vez resulta de mayor interés para Irán, quien ve en el Líbano una zona de influencia cercana a uno de sus enemigos existenciales, Israel. Para muchos libaneses, Hizbulá es un peligro para el Líbano, ya que podría convertir el país en una nueva provincia de Irán.
El peligro de la actividad de Hizbulá, y de su fidelidad a las órdenes que le llegan del régimen de los ayatolás se aprecia claramente en la escalada actual del enfrentamiento con Israel. El papel activo de Hizbulá contra Israel desde el inicio de la guerra de Gaza ha llevado al Líbano al borde de una guerra abierta con Israel. Las tradicionales escaramuzas entre ambos están llegando a niveles que hacen sospechar en una futura guerra, o un intento de invasión del país por parte de los israelíes. Algo que podría conducir al país a un enfrentamiento, en el que habría que ver cuál es el papel que tendrían las restantes comunidades libanesas.
Empujados a la guerra con Israel Si en 1975, la OLP, Israel, Siria y Occidente, incendiaron el Líbano profundizando en las diferencias religiosas del país, en 2024, podría ser una guerra abierta con Israel la que sirviese de chispa para incendiar un territorio, que, como hemos visto, ya posee en su propia sociedad tensiones sociales, económicas e interconfesionales que amenazan con un estallido social en cualquier momento. El Líbano es incapaz de superar la guerra civil que lastró su futuro hace cincuenta años y, por si esto fuera poco, Hizbulá está a punto de arrastrar al país a una guerra con Israel. Esperemos que la tormenta no vuelva de nuevo al Líbano, aunque las nubes, como en 1975, son demasiado numerosas y oscuras…