"Trump me da miedo” dice mucha gente, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, especialmente en vísperas de la coronación del ex presidente como candidato del Partido Republicano prepara a coronar al ex presidente como su candidato a la Casa Blanca si gana las elecciones del próximo 5 de noviembre.
Está prácticamente garantizado que el millonario ex presidente llevará la antorcha republicana. El temor a un nuevo mandato parece más justificado fuera que dentro de Estados Unidos: por mucho que se le haya criticado y que abunden las advertencias de que dará al traste con dos siglos y medio de sistema democrático, Trump no tomó medidas dictatoriales durante su presidencia, aunque su actuación al rechazar los resultados de los comicios justificara muchas de las críticas recibidas fuera y dentro del país.
Por molesto que a muchos resulte su agresivo populismo, los temores expresados dentro del país parecen responder más a fines electorales que a un peligro real de que acabe con la constitución y la democracia norteamericana.
Estados Unidos y la OTAN
Donde la preocupación parece más justificada es en los foros internacionales. Un momento oportuno para poner de manifiesto la actitud de Trump al respecto fue la recién concluida cumbre de la OTAN en Washington: Trump, quien no ha escondido desde que aspiraba a su primera carrera presidencial la baja opinión que tiene de las alianzas internacionales de Estados Unidos, tuvo nuevamente una actitud de poco interés ante la Alianza Atlántica y los compromisos norteamericanos al respecto.
Ha repetido una y otra vez que no dará ayuda militar a los aliados de la OTAN que no pagan las cantidades prometidas, algo que ocurría con la mayoría de ellos hasta que Trump llegó a la Casa Blanca, aunque ya ahora la mayoría aumentó sus contribuciones. Tan solo quedan unos pocos que no cumplen con los porcentajes estipulados, entre ellos España. Las simpatías mutuas de Trump y el líder húngaro Víctor Orban son una prueba reciente la actitud del ex y quizá futuro mandatario.
El mundo visto desde el oeste del Atlántico parece muy diferente que en las latitudes europeas, que llegaron a la Alianza Atlántica con un bagaje de siglos de luchas y alianzas cambiantes entre países vecinos, que tan solo acabaron con la “pax americana” tras la Segunda Guerra Mundial.
En un país-continente como Estados Unidos, las percepciones son muy distintas de las europeas y una parte muy grande de la sociedad norteamericana considera la Alianza Atlántica como un gasto inútil para Estados Unidos, que tan solo beneficia a los aliados transatlánticos y cuyos gastos recaen excesivamente en los presupuestos de Washington.
La actitud no es nueva, pero el contexto internacional sí lo es. Por ello resulta sorprendente que las percepciones norteamericanas no hayan cambiado: las telecomunicaciones y la tecnología han “encogido” el mundo y el enriquecimiento de países como China les da un protagonismo y una capacidad, inexistente hasta hace pocos años, de aliarse con enemigo de Estados Unidos.
Pero del dicho al hecho, Trump puede recorrer mucho trecho e ir modificando su actitud, aunque esta vez es probable que se rodee de personajes más próximos a sus ideas que en su anterior mandato: la esperanza de ganarse a sus rivales parece ahora más lejana que hace ocho años y le convendrá más rodearse de personas que le sean fieles y que piensen como él.
Sin olvidar que el Partido Demócrata, a pesar de la insistencia de Joe Biden en que mantendrá su candidatura, puede arrinconar al actual presidente y buscar un salvador de la patria, o una salvadora como Michelle Obama, la mujer de ex presidente, para distraer a votantes descontentos con el candidato de su partido y restar votos a Trump.
De ser así, podría ocurrir que este candidato elegido en una emergencia, tuviera el mismo escaso protagonismo que Biden en los últimos cuatro años, pues estará manejado por fontaneros ocultos. Los norteamericanos seguirán sin saber quién es el que de verdad lleva las riendas del gobierno.