El expresidente Donald Trump ya ha vuelto oficialmente al circo electoral cuando los republicanos se presentaron por primera vez ante los seguidores de su partido en las elecciones primarias del estado de Iowa. Trump acude de una forma excepcional, pues jamás en la historia del país hubo un candidato presidencial con tantos pleitos civiles y penales en contra suya y también se presenta en unas condiciones muy distintas a las que encontró en sus anteriores campañas, tanto la de 2016 que le llevó a la Casa Blanca, como la de 2020, que lo puso en la oposición.

La gran diferencia no es la polarización extrema que estamos viviendo y que, en menor manera, ya existía en las dos elecciones anteriores, sino la composición del Partido Republicano, donde se fundan sus esperanzas para volver a la Casa Blanca. Porque, como en otros países donde vemos un resurgimiento de las corrientes más conservadoras, también Trump representa el ala más tradicional del partido, muy distinta de la que ha ido ocupando la presidencia durante décadas. Este contraste con los líderes republicanos de otrora tiene hoy un nombre popular en el partido, donde se habla de los Rinos (Republican in name only) como de conservadores de boquilla dispuestos a componendas con la izquierda.

También están los independientes, cuyas tendencias son imprevisibles a once meses de las elecciones, aunque en estos momentos parezcan más favorables a Trump que a Biden. Pero las críticas a Biden por su senilidad pueden pasar a segundo plano si Trump se da a sus frecuentes excesos y fanfarronadas. Más aún si la economía sigue mejorando y responde bien a los estímulos de la administración demócrata que hará todo lo posible para que los bolsillos de los votantes estén contentos... al menos hasta el 5 del mes de noviembre de este año.

Trump se enfrenta ahora menos a su rival demócrata que a los dos aspirantes republicanos mejor situados: el gobernador de Florida Ron DeSantis y la exembajadora ante las Naciones Unidas durante la presidencia de Trump, Nicky Haley, aunque va muy por delante de ellos en intención de voto. Las diferentes proyecciones muestran que tiene más posibilidades que ellos de derrotar a Biden en las elecciones de noviembre.

Al margen de la intención de voto en estos momentos para cualquiera de los tres, lo que más resalta es que ya no queda ningún candidato republicano “moderado” en la contienda; tanto Trump como sus dos rivales están firmemente anclados en los barrios conservadores de la política norteamericana.

Las fórmulas que Haley o DeSantis recomiendan para impulsar el bienestar de sus compatriotas son semejantes a las que siguió Trump en los cuatro años de su presidencia y que ha estado prometiendo desde que intentó ser reelegido. El único candidato de ideas más centristas acaba de retirarse de la lucha. Era, ahora como hace cuatro años, un duro crítico de Trump: Chris Christie, cuyas posiciones centristas se explican fácilmente por su historial político, pues fue gobernador de Nueva Jersey, un estado de la costa Atlántica vecino de Nueva York, donde ningún político conservador tiene posibilidades.

Esta situación tiene varias vertientes para Trump: por una parte, puede sentirse y mostrarse satisfecho de que sus fórmulas políticas, además de llevarle a la Casa Blanca hace ocho años, dieron un sesgo duradero al partido que ya no busca la moderación y el centro político, sino fórmulas claramente conservadoras. Pero también se enfrenta a la necesidad de modificar su campaña para garantizar que deja atrás a los dos rivales que aún le quedan.

Ya no puede hacerlo acusándolos de tibieza conservadora, pues los votantes republicanos lo verían fácilmente como una estratagema electoral sin fundamento.

Fuera de Estados Unidos, cuesta imaginar que un candidato presidencial que se ha de defender en los tribunales y cuyo futuro político está ahora en manos del Tribunal Supremo tenga muchas posibilidades de ganar, pero hoy es el republicano con más posibilidades de enfrentarse a Joe Biden en noviembre.

Los nueve jueces del Supremo tienen la desagradable tarea de responder a quienes tratan de cerrar en los tribunales el camino a Trump. Tanto pueden eliminarlo definitivamente como darle un espaldarazo, aunque lo más probable es que emitan un veredicto salomónico que devuelva las elecciones a quienes les corresponden, es decir, los votantes.

Y estos votantes tendrán, si es que Trump sobrevive políticamente, unas alternativas monumentales que no se parecen nada entre sí. Ni el actual presidente Biden ni ninguno de los tres republicanos en liza, prometen ni defienden compromisos políticos. Las fórmulas que entren en vigor en 2025 serán claramente conservadoras o progresistas, con pocos matices intermedios.