Han pasado 51 años desde que una potencia extranjera y posiblemente enemiga intentara establecer bases junto a Estados Unidos, algo que está a punto de ocurrir de nuevo pero esta vez con unas consecuencias bien diferentes.

En aquella ocasión, en plena Guerra Fría, el gobierno de Fidel Castro ofreció el territorio cubano a la Unión Soviética, que podría instalar allí bases a poco más de 150 kilómetros de Estados Unidos. La respuesta norteamericana fue contundente: el entonces presidente norteamericano John Kennedy ordenó un bloqueo marítimo y el presidente ruso, Nikita Kruschov, renunció a sus planes.

La situación se repite ahora, con los cambios tecnológicos que uno puede esperar en más de medio siglo, y con actores diferentes: ya no es Rusia, la sucesora de la URSS, con un poder militar y tecnológico disminuido como se ha podido ver en el año y medio de guerra en Ucrania, sino la potencia emergente china, la que ha negociado con Cuba la instalación de sus dispositivos en la isla.

Esta vez se trata más bien de instalaciones de espionaje, como centros de escucha que probablemente podrán descifrar las comunicaciones internas de los mandos militares y políticos norteamericanos.

Las nueva alianza entre Cuba y China

La Cuba de hoy no es la de entonces, con ambiciones internacionales y un sentido mesiánico expansionista, pero su régimen sigue siendo comunista aunque ahora tiene poca compañía porque el fracaso económico y social de este sistema le ha hecho perder muchos clientes. También sigue siendo contrario a Estados Unidos, a pesar de las consecuencias económicas que mantienen a la isla como un museo de coches antiguos y de escasez generalizada.

Seguro que para La Habana esta nueva alianza con China ha de ser ventajosa económicamente y habrá de aliviar en alguna forma la escasez que sufren sus habitantes desde hace tantas décadas.

Sin embargo, en Estados Unidos, donde las excursiones de uno –o quizá más– globos chinos de observación hace un par de meses causó un intenso debate políticos, ha de ser muy mal recibido este nuevo pacto militar chino-cubano. A diferencia de lo ocurrido entonces, nadie espera ahora una respuesta militar contundente como la de John Fitzgerald Kennedy en aquellos momentos.

En parte este cambio se debe a que instalar sistemas de vigilancia no requiere tanta infraestructura y construcciones como colocar bases de lanzamiento de misiles y en una buena parte se puede hacer sin que muchas de sus actividades se puedan detectar.

El Pentágono también tiene limitaciones

También a que los deseos aventureros del Pentágono están muy disminuidos, en parte por la pérdida relativa de supremacía militar y en parte por las limitaciones presupuestarias y de personal.

Cabe preguntarse si China ganará mucho con estas instalaciones, porque con satélites, aviones fuera de Estados Unidos y los últimos avances técnicos probablemente pueden conseguir casi lo mismo. Pero esta nueva cooperación tiene un valor simbólico importante, tan negativo para Washington como positivo para Pekín: los chinos demuestran que tienen capacidad de extenderse hasta las mismas barbas de su gran rival norteamericano y Washington muestra su impotencia para impedirlo y, más importante aún, su falta de voluntad política para actuar.