Abraham Lincoln, el presidente antiesclavista cuya elección desencadenó la guerra civil americana, dijo que “la nación es más fuerte por la unidad de sus hijos y los miembros de la familia que por su poderío militar”. Más de un siglo después sus deseos parecen más lejanos que nunca de la realidad. Con el segundo aniversario del asalto al Capitolio recién cumplido y con un Trump que vuelve a la primera línea de la política americana, las dos almas políticas de la nación, republicanos y demócratas, han llegado a niveles de confrontación como jamás se habían visto. Para algunos analistas y periodistas, los Estados Unidos podrían encontrarse al borde de una nueva guerra civil. Una idea que desde hace varios meses ronda periódicos, libros y artículos especializados.

La académica Barbara F. Walter, experta en el estudio de las guerras civiles, fue la que abrió fuego con su libro Cómo se inician las guerras civiles. Para Walter, el nivel democrático de un país es el más claro indicador de la posibilidad real de que se produzca una guerra civil. Cuando un estado democrático debilita sus instituciones y comienza a deslizarse hacia el autoritarismo se convierte en un régimen intermedio conocido como “anocracia”. Es en este momento cuando un presidente o un grupo concreto comienza a acaparar poder según sus intereses, erosionando a su vez las instituciones democráticas y creando una polarización extrema de la sociedad, cuando se acaba dando lugar a la separación de la sociedad civil en facciones antagónicas las cuales pueden caer en la violencia y generar una guerra civil.

Según Walter, este deslizamiento desde la democracia hacia el autoritarismo ya se está dando en muchos países occidentales, como la Hungría de Orban, la Polonia de Ley y Justicia, o el Brasil de Bolsonaro. Pero es en Estados Unidos donde este nuevo deslizamiento al autoritarismo coincide con un aumento en la polarización política surgida hace décadas debido a grandes cambios demográficos y culturales, los cuales han propiciado que las regiones más rurales se identifiquen cada vez más con posiciones conservadoras en lo racial y religioso, frente a las grandes urbes multiculturales que se identifican más con las minorías étnicas y con el voto blanco liberal. Una separación política y geográfica cada vez más pronunciada a la hora de entender el país, que los últimos años no ha ido más que haciéndose más profunda.

Desigualdades

Unido a estas dos formas contrapuestas de entender el país, Estados Unidos vive uno de los momentos más críticos en lo referente al aumento de la desigualdad entre sus ciudadanos, agravado enormemente por la pandemia. Esta pérdida de estatus de muchos norteamericanos no ha hecho más que radicalizar sus posturas políticas, a lo que líderes como Trump han sabido sacar partido. Para la profesora Walter, la desigualdad puede ser un amplificador de primera magnitud del riesgo de una guerra civil, y en el caso norteamericano el nuevo gobierno Biden parece no ser capaz de atajarlo.

Pero a pesar de la llamada de atención, Walter es optimista respecto al futuro. El asalto al Capitolio de hace dos años, el episodio más grave según la autora de la faccionalización de la política norteamericana, no sumió al país en el caos, sino que las instituciones fueron capaces de seguir adelante y evitar lo que pudo suponer el inicio de una guerra civil. A pesar de este éxito, Walter ve necesaria una nueva forma de entender la política norteamericana y, sobre todo, reformas electorales que permitan derribar los muros entre la americana rural conservadora y las capitales multiculturales demócratas del país. Una solución que parece más fácil de enunciar que de llevar a la realidad teniendo en cuenta el sistema electoral.

Pero si Barbara F. Walter termina su obra con cierta esperanza, es el periodista Stephen Marche el más pesimista respecto al futuro de los Estados Unidos. Para él la cuestión no es si Estados Unidos como hoy lo conocemos está condenado a la desaparición, sino cuándo ocurrirá esto. Marche ve inevitable el conflicto entre las dos almas políticas de Estados Unidos en un futuro muy cercano. La cuestión es dónde, cuándo y hasta qué punto el país puede caer en el abismo más profundo. El título de su libro, La próxima guerra civil, no deja lugar a dudas sobre lo que espera del futuro para Estados Unidos.

Marche cree que Estados Unidos se enfrenta a la mayor crisis política de la historia de la nación. Cada vez menos americanos creen en las instituciones y en el sistema político. Y lo que es más grave, las corrientes más radicales que históricamente permanecían escondidas desde el inicio de la nación, que veían en la revolución armada una forma de subvertir el gobierno del país, han ido desde 2008 cogiendo cada vez más fuerza. Supremacistas blancos, neonazis, milicias antigubernamentales o secesionistas de regiones como Texas han sido corrientes históricamente marginadas en la denominada Derecha Alternativa, alejadas de cualquier relación con el Partido Republicano.

Pero poco a poco esta extrema derecha ha ido haciéndose fuerte en el Partido Republicano, y con la llegada de Donald Trump no solo ha recibido carta blanca, sino que ha hecho que el Partido Republicano adopte sus delirios y sus fobias. Aupados por las redes sociales, las cuales en manos de esta extrema derecha se han convertido en un multiplicador de odio, la derecha más radical ha logrado convertirse en el principal actor de la derecha americana, llevando su mensaje extremo y de odio al panorama político, elevando la confrontación con los demócratas prácticamente a todos los frentes, desde las leyes contra el aborto, la violencia policial sobre la población negra o la inmigración.

Según Marche, esta polarización va más allá de la defensa de posturas políticas diferentes, implica una lucha por el significado de lo que es Estados Unidos, en el que la radicalización de la derecha ha hecho que la reconciliación de ambos polos sea imposible. El problema económico y la desigualdad rampante actúan de amplificadores de esta lucha cada vez más enconada y en cualquier momento puede surgir la violencia. Para el periodista la futura guerra civil no será como la de 1861, con ejércitos y batallas. Marche entiende el conflicto como insurrecciones violentas en ciertas regiones, iniciadas por atentados contra políticos, o disputas vecinales o territoriales que significasen batallas entre agentes del orden y milicias. Un escenario de violencia y actos terroristas en un país en el que hay más armas que ciudadanos y en el que las milicias armadas de extrema derecha van proliferando y cada vez van haciéndose más fuertes.

Posturas irreconciliables

La américa roja y la américa azul son intrínsecamente antagónicas según Marche. Ambas expresan maneras irreconciliables de entender el país. Para el autor, solo existen dos salidas alternativas para la crisis que vive el país. Una, la división del país entre los estados claramente demócratas y los decididamente republicanos, o secesión de regiones como Texas, cada vez más abiertamente confrontada con el resto de la nación. La otra salida consistiría en reconocer que el sistema político norteamericano ya no funciona, retomar al espíritu revolucionario de los orígenes y volver a refundar el país bajo unos nuevos principios políticos y constitucionales. Alternativas, que al igual que la de Walter, parecen más fáciles evocar que de plasmar en la realidad. Cambios que, sin duda, requerirían de una audacia y valentía en la clase política que hoy en día parece inimaginable.

Pero quizás la solución al problema planteado sea más cercana y sencilla, como la que apuntaban hace varios años los profesores Levitsky y Ziblatt en su libro “Cómo mueren las democracias”. Sostienen los citados autores que dos normas han sido básicas para entender el funcionamiento de la democracia estadounidense: la tolerancia mutua entre los dos partidos y la contención de los políticos a la hora de utilizar las instituciones. Actualmente, un Partido Republicano secuestrado por la extrema derecha no hace más que sembrar el odio y la confrontación, y políticos como Trump no hacen más que utilizar las instituciones en su beneficio. Por ello, sería necesario que el Partido Republicano volviera a la moderación y que los líderes autoritarios como Trump quedaran fuera de las instituciones.

Durante los últimos meses la pugna entre los conservadores más moderados y los más ultras ha saltado a los medios. Los Never Trumpers, republicanos contrarios al expresidente Donald Trump y al extremismo más radical, empiezan a hacer frente al ala más ultra del partido. Posiblemente aquí se encuentre la clave del enfriamiento de la guerra abierta en la política norteamericana y de que las negras profecías de Marche y Walter no pasen de sus libros a la realidad.

El marzo pasado, HBO estrenó la serie DMZ, basada en el famoso cómic de Brian Wood, en la que el Gobierno norteamericano se enfrenta a la sublevación de varios estados en una guerra civil que lleva el país al desastre. Esperemos que esta sea la única manera de presenciar una guerra civil en los Estados Unidos. Sin embargo, se evidencia cada día con más claridad que la división en Estados Unidos nunca ha sido tan profunda desde la guerra de secesión. Por desgracia, con un Trump deseoso de volver a la Casa Blanca para “salvar de nuevo América”, quien no dudará en tensar la situación con el fin de lograr apoyos entre los más extremistas de la derecha, esa tensión no irá más que en aumento.

El historiador militar John Keegan afirmó que la Guerra de Secesión norteamericana “fue una de las grandes guerras más misteriosas de la historia; misteriosa por inesperada, pero también por la intensidad con que estalló”. Nadie esperaba, según Keegan, que una guerra fratricida surgiese en un país que proclamaba la libertad y la paz entre los hombres, ni que el sur se enfrentase a un norte más poblado e industrializado. Visto desde nuestro 2023, 1861 parece muy lejano, pero, ¿volverá a convertirse lo inesperado en realidad? Desde luego, las consecuencias de esta posible catastrófica crisis no se limitarían al país de las barras y las estrellas…