Islamabad. Ayer se elevó a 85 el número de muertos por la masacre sectaria que golpeó a la minoría chií de Pakistán en la ciudad occidental de Quetta, donde hace un mes hubo otra matanza similar que costó la vida a 90 personas.

En un atentado casi calcado al del pasado enero, un suicida del grupo integrista suní Lashkar-e Jangvi detonó ayer una tonelada de explosivos cargados en un camión cisterna aparcado en un barrio con mayoría chií de la capital de la convulsa provincia de Baluchistán. La enorme explosión, que provocó el derrumbe de un edificio en el que había viviendas, un comercio y una academia de inglés, causó la muerte de decenas de personas y heridas a cerca de dos centenares, casi todos miembros de esa confesión religiosa minoritaria. "Es vergonzoso, nada ha cambiado desde la matanza de enero", denunció a Efe la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Zohra Yusuf, quien afirmó que lo sucedido "no es un problema de los chiíes, sino como una amenaza para todo el país".

cuarenta millones de chiíes Con alrededor de 40 millones de chiíes, Pakistán es el segundo país con más miembros de esta rama del islam en el mundo, solo por detrás de Irán. Tras la masacre del pasado diez de enero se produjeron fuertes protestas de la minoría chií, que lograron en Baluchistán forzar la anulación de poderes del Gobierno regional y el traspaso de poderes al gobernador, figura que depende directamente de Islamabad.

La sentada protagonizada por miles de personas en Quetta junto a los cadáveres de la masacre obligó entonces al primer ministro, Rajá Pervez Ashraf, a tomar cartas en el asunto y anunció el inicio de operaciones de seguridad para capturar a los terroristas.

Sin embargo, tras el atentado de ayer, incluso el gobernador que asumió el control de la provincia, Zulfiqar Magsi, se reconoció en declaraciones al diario Dawn impotente para frenar a los violentos.