Además de que sus motores suenan menos que los térmicos y que (si lo deseas) puedes cargarlos en tu propio garaje por un coste muy reducido, los eléctricos cuentan con un complejo sistema tecnológico donde el motor, la batería y el controlador deben actuar al unísono para mover el vehículo con la máxima eficiencia posible. Es clave entender el papel de cada uno de estos tres elementos para comprender por qué los eléctricos son más eficientes, duraderos y silenciosos.

El motor eléctrico: potencia sin emisiones

Es el encargado de transformar la energía eléctrica almacenada en la batería en energía mecánica que hace girar las ruedas. A diferencia de los motores de combustión, que necesitan una secuencia de explosiones internas para generar movimiento, el motor eléctrico utiliza un campo magnético para producir la rotación del eje.

Aunque existen varios tipos de motor eléctrico, los más comunes en la actualidad son:

  • Motores síncronos de imanes permanentes (PMSM). Destacan por su eficiencia y respuesta instantánea al acelerador, y son más habituales en marcas como Tesla o Hyundai/Kia.
  • Motores asíncronos o de inducción. Son más robustos y su coste de producción es menor. Se suelen usar en algunos modelos de gama media, como el anterior Renault Zoe.

Fábrica de motores eléctricos.

La principal ventaja del motor eléctrico es su entrega de par instantánea, es decir, no necesita alcanzar un régimen de revoluciones determinado para ofrecer su potencia máxima. Esto hace que el desgaste mecánico sea menor, al prescindir de la caja de cambios tradicional o el embrague, entre otros componentes.

Además, los motores eléctricos permiten una recuperación de energía durante la frenada. Gracias al denominado ‘freno regenerativo’, parte de la energía cinética que normalmente se perdería en forma de calor se transforma de nuevo en electricidad y vuelve a la batería, mejorando así la autonomía de la misma.

La batería: la encargada de alimentar todo

Y justo ahí pasamos al elemento que almacena la energía necesaria para alimentar el sistema de propulsión. En la actualidad, la mayoría de los vehículos usan baterías de iones de litio, aunque los fabricantes ya están comenzando el desarrollo de baterías de estado sólido: más ligeras, seguras y con mayor densidad energética (es decir, que pueden ser más pequeñas, pero ofreciendo el mismo rendimiento que una más grande).

Estas últimas podrían duplicar la autonomía y reducir los tiempos de carga en los próximos años, marcando el siguiente gran salto tecnológico del sector. De momento, parece que Toyota es la marca mejor situada en cuanto a la comercialización de modelos dotados de este tipo de batería, y mantienen la fecha de 2027 ó 2028 para ofrecer esta tecnología al público.

La capacidad de una batería se mide en kilovatios hora (kWh), y de ella depende directamente la autonomía del coche. Por ejemplo, un vehículo con una batería de 60 kWh puede recorrer aproximadamente entre 350 y 450 kilómetros, dependiendo del consumo del motor y las condiciones de conducción. Si tiene más kWh de batería, su autonomía (normalmente) será mayor.

Batería de un vehículo eléctrico. Mercedes-Benz AG - Global Communications Mercedes-Benz Cars & Vans

Pero no todo es la capacidad, ya que la eficiencia también está determinada por la gestión térmica, regulando la temperatura interna para evitar el sobrecalentamiento y optimizar el rendimiento. Una batería demasiado fría o caliente pierde capacidad y se degrada antes, por lo que los sistemas de refrigeración líquida o por aire se antojan claves.

Además, la vida útil de las baterías modernas es cada vez mayor. En 2025, gran parte de los fabricantes ofrecen garantías de hasta ocho años o 160.000 kilómetros, y los estudios muestran que muchas baterías conservan más del 80 % de su capacidad original incluso después de una década de uso, de tal manera que mantienen un razonable nivel de autonomía, incluso en modelos con muchos años.

El controlador: un ‘cerebro’ para gestionar todo el sistema

Se trata de un componente tan sofisticado como desconocido. Aunque no resulte tan ‘famoso’ como el motor o la batería, el controlador tiene la misión de regular el flujo de energía entre la batería y el motor, garantizando que el sistema funcione de manera segura y eficiente en todas las circunstancias. Su papel no es solo una cuestión de garantizar la mejor eficiencia; también es clave para la seguridad del vehículo, evitando sobrecargas eléctricas o fallos en el suministro de energía.

Controlador de motor eléctrico.

En otras palabras, el controlador traduce las órdenes que transmitimos al coche, como acelerar o frenar, en impulso eléctricos precisos. Calcula cuánta energía debe enviar al motor y cómo debe hacerlo, ajustando en tiempo real la tensión y la frecuencia de la corriente. De esta manera, gestiona tanto la aceleración como la frenada regenerativa, adaptándose a cada situación de conducción.

Los controladores modernos disponen de microprocesadores de alta capacidad y sistemas de software capaces de analizar cientos de parámetros por segundo, como la temperatura de la batería, la carga disponible, la demanda de potencia, las condiciones del terreno e incluso el estilo de conducción, con el fin de maximizar la autonomía y prolongar la vida útil de la batería. Es decir, que el vehículo se encarga prácticamente de todo…

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Como se puede apreciar, los vehículos eléctricos son auténticas obras de ingeniería tan complejas como exitosas, y no es de extrañar que estén protagonizando una verdadera revolución, siendo cada vez más accesibles y eficientes.