La opinión pública está mutando por un acantilado que, en sus distintas formas, es el mismo. Van años desde que los trabajos sociológicos que tanta atención atraen por sondeos electorales evidencian la distancia entre el yo y el nosotros. La situación económica es razonablemente buena si sumamos todas las respuestas individuales pero si la pregunta es sobre el estado general de un país, se dibuja el apocalipsis. Con la migración empieza a suceder algo similar. Si la pregunta cuestiona experiencias individuales, abundan experiencias personales positivas (profesores extranjeros de idioma nativo, cuidadoras de mayores, peones de la obra… todos son igual de migrantes), frente a las contrarias. Sin embargo, basta asomar a las redes sociales y a algunos medios para que existan solo las segundas. Por algo los migrantes —incluso los profesionales de trabajos que nadie quiere— son los culpables de cualquier mal. En este acantilado que hace de la incoherencia un signo de este tiempo crece el populismo. Incluso por parte de quienes se presentan como los grandes guardianes de las esencias. Con cada vez mayor voto emocional, gana las elecciones quien lleva a este acantilado a votantes sin problemas económicos para votar por razones económicas. O a enarbolar un discurso racista sin serlo.