De caminata por el monte con un amigo, entre mil conversaciones sobre mil temas, me cuenta que en el pueblo en el que vive en las próximas semanas se va a jubilar la médico de cabecera y va a cerrar el único taller de reparación de coches. Un putadón. En los centros de salud de los pueblos pequeños, tu médica te saluda por tu nombre cuando entras por la puerta aunque, al menos en mi caso, acudas de ciento en viento. Con los años trabas una relación de confianza y cercanía que no tiene precio. Salvando las distancias, con tu mecánico de cabecera sucede algo parecido porque no sueles entender la mitad de lo que te explica. Los dos sectores (médicos y mecánicos) sufren un problema común: la falta de relevo. Los licenciados no eligen la medicina de familia como primera opción porque es un marronazo, y los chavales y chavalas que acaban la Formación Profesional no tienen entre sus preferencias trabajar en un taller. En ambas profesiones, cada vez resulta más complicado encontrar personal porque las prioridades de las nuevas generaciones han cambiado. Quieren trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Dan más importancia a los días de libranza y vacaciones que al sueldo o al dinero extra si meten más horas. Les entiendo... y les comprendo.