Cada vez que le veo, tengo la sensación de que va a ser el último año que lo haga. Su maltrecho cuerpo y su aspecto demacrado, en el que se adivina el curso de más de una enfermedad, me hace pensar que no va a ser capaz de aguantar un invierno más. Pero ahí está año tras año para desmentirlo.
Se trata de un joven de vida de calle al que suelo ver ahora por Herrera, como otras veces lo he hecho en otros puntos de la ciudad. Resulta sorprendente la capacidad de resistencia del ser humano a las condiciones más adversas.
Hace unos días me llamó la atención el cuerpo desnutrido de un niño palestino, que nos recuerda que Israel no sólo mata con bombas. El bloqueo a la entrada de alimentos es también un arma letal. La historia se repite. Ese niño nos traslada a su vez a las fotografías tomadas hace 80 años en el campo de concentración nazi de Mauthausen, que hemos tenido ocasión de contemplar en una exposición en la Casa de Cultura Okendo de Donostia.
Es sorprendente que hubiera un solo superviviente entre aquellos hombres y mujeres que transitaron por los caminos de las guerras y vieron aniquilada de semejante manera su dignidad. Llámalo fe, esperanza o amor inquebrantable por la vida. Hay algo que trasciende a la propia capacidad de resistencia del ser humano.