España no es un país emergente (BRIC) como Brasil, India o Sudáfrica, por mucho que lo insinúe Donald Trump: no se sabe si por equivocación o por querer hacer de menos al valiente Sánchez y su tropa, instalados en la notoriedad que da el pronunciarse en contra de la figura política más relevante del planeta y su magnate de compañía. Mi admiración por el presidente español es superior en este caso a la que profeso por Javier Clemente y su patapún p’alante. Tampoco voy a decir que vivamos en el país de las maravillas, pero cierto es que en un mundo lleno de miserias, aquí meamos más colonia que Guardiola en el fútbol. Conviene no olvidarlo, porque cada día somos más quejicas, como la afición del Camp Nou, y no valoramos nada. Y lo digo yo, instalado en la idea de que incluso nuestra querida Euskadi y sobre todo sus habitantes, nos hallamos en un proceso de deterioro personal sin final a la vista, lo que no quita que yo al menos todavía viva que te cagas. Creo que no tenemos remedio, como bien saben los compañeros que lidian con mis categóricas y sin duda exageradas afirmaciones. Pero Trump, rey de fanfarrones y héroe del conspiracionismo, no es más que una expresión del mundo en que vivimos: ni mejor, ni peor que Sánchez o su archienemiga Ayuso. ¡Qué buena pareja harían, por Dios!
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