Lo malo de ser un escritor jardinero, que improvisa sobre una base prevista de antemano, es que, al corregir cuando terminas, te puedes encontrar muchas sorpresas. Es lo que me ha pasado esta semana, que al volver a los primeros capítulos escritos hace más de un año comprobé para mi sorpresa que un personaje estornudaba sangre en medio de una frase. Algo que en la vida real puede ser una bronquitis, por ejemplo, es una sentencia de muerte en la ficción, ya que cualquier persona al leer eso entendería que le queda poco de vida. Es una señal que hemos visto en demasiadas películas como para que al verlo no pensemos en ello. El problema es que ese personaje goza de buena salud el resto de la novela, y que mi yo del pasado en algún momento pensó que eso no iba a ser así. Planté una semilla para crear una trama secundaria con ese personaje que no desarrollé, y no es la única que me he ido encontrando. Por suerte es fácil de arreglar, simplemente he tenido que borrar ese instante en el que creí que era buena añadir eso. Pero es muy fatigoso tener que estar atento a cualquier ocurrencia pasada. Creo que debería empezar a aprender de los escritores arquitectos, que planean hasta el más mínimo detalle antes de teclear. Al menos mis personajes no tendrían achaques imprevistos.