Hubo mañanas en las que llegó a recibir hasta cien llamadas de él en el trabajo. Tuvo que cambiar de número de teléfono hasta en tres ocasiones. Él, pese a todo, le localizaba. Quería llevarle a una situación límite. Que pensara que estaba loca, cuando en realidad era una mujer tan cuerda como maltratada. Fue un día festivo cuando por fin se armó de valor para denunciar su tormento. En este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer recuerdo las palabras que me trasladaba esta víctima guipuzcoana. “Yo lo valgo. Yo puedo”. Dos frases que se repetía a menudo. “Durante el maltrato te han hundido y machacado tantas veces, que es muy importante reforzar ese mensaje y creérselo”, me dijo después de un larguísimo calvario. ¿Cómo es posible que parte de la sociedad rebaje la gravedad de estos hechos? Otro tanto ocurre con la violencia sexual. La propia fiscal de sala delegada de violencia sobre la mujer, Teresa Peramato, lo reconocía el domingo en este periódico. El cuestionamiento de las víctimas “es absolutamente alarmante”, por lo que han pasado a denunciar los hechos de forma anónima en las redes sociales, por miedo al rechazo, la culpabilidad y el daño que puedan sufrir sus familias. Como si fueran ellas las que se tienen que esconder de algo, y no sus agresores.