Supermán está de vuelta, los dinosaurios están de vuelta y hasta Santiago Segura está de vuelta con Padre no hay más que uno, aunque haya habido ya cinco en muy poco tiempo. Los cines buscan volver a llenar las salas proyectando las mismas películas que ya hemos visto tropecientas veces haciendo pequeños cambios en el argumento. Se impone la marca a la historia, y no es solo el efecto de un verano falto de ideas. Las pelis son ya como las palomitas que se sirven a la entrada del cine, todas iguales, muy caras y con exceso de sal para provocar otros gastos. Las sagas y remakes son esas palomitas requemadas que ingerimos sin pensar, mientras que las propuestas nuevas son esos granitos de maíz que no acaban de explotar y se quedan en el fondo, porque para atraer gente a la taquilla toca el esfuerzo añadido de saber de qué van, abrir el periódico o la web para leer la crítica de alguien que no se vende por una entrada gratis y, lo más difícil, ir al cine con el propósito de experimentar algo nuevo que no necesariamente nos van a dar mascado. Hoy, con las plataformas en casa y con teles casi tan grandes como una pantalla de cine, a las masas solo les mueve hasta el cine el aire acondicionado y la nostalgia, y a los que son padres, el deshacerse durante al menos hora y media de los críos. Y lo de menos es la película.
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