Ya sé que quejarse es gratis y por eso es un deporte que también practico, (quien diga que no lo hace miente). Pero es que a veces nos quejamos por quejar, sin motivo y echando piedras al tejado ajeno, cuando tendríamos que poner tejas en el nuestro. Pongo un ejemplo. Por motivos que no vienen al caso me ha tocado hacerme diversas pruebas médicas. La cosa es que, como es agosto, me llaman un día, voy al siguiente y al tercero tengo los resultados. No sé si será o no casualidad. También es verdad que con otra especialidad la cosa me está yendo bastante más lenta y hasta noviembre no tengo cita, pedida más o menos en mayo. Pero, a lo que voy. Estando en la sala, pasillo, de espera escuché la siguiente conversación. Un matrimonio de cierta edad pidió hora para una cura, en concreto para una herida que tenía el hombre. Se la dieron para agosto, pero dijeron que tararí que te vi, que se iban un par de meses y que se la dieran para finales de septiembre. La chica que atendía el mostrador no daba crédito. “Es una cura, ¿cómo va estar así hasta finales de septiembre’”. Pues el hombre insistió en que tenía que ser así, que no volvía antes, que no y que no. Me gustaría saber si, en su hamaca vacacional, se habrá quejado de la atención. Hay que saber dosificar las quejas, que de lo contrario pierden valor.
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