El esloveno no ha dejado este año ni las migajas. La actuación de Tadej Pogacar en el Tour, que finalizó ayer en Niza con una nueva exhibición, ha sido un regalazo para una afición que se sigue frotando los ojos ante el poderío que ha demostrado el joven ciclista, con su tercera victoria ya en la Grande Boucle a sus 25 años. “La verdad es que me he divertido”, decía casi insultante en su penúltima etapa, que prácticamente ganó sin habérselo propuesto, por delante de un Jonas Vingegaard a quien las fuerzas no le daban para más. Es esa superioridad tan manifiesta, con esa cadencia de pedaleo tan fluida la que no ha tardado en levantar sospechas de dopaje en foros y redes sociales. El gran campeón Bernard Hinault, cinco veces ganador del Tour de Francia, no ha tardado en salir en defensa del corredor, invitando a dejar de cuestionar el excelente rendimiento deportivo del esloveno. “Esto es ridículo, ¿tenemos pruebas? Estas comparaciones –con Pantani o Armstrong– son estúpidas”, declaraba el ciclista francés. Un caso que demuestra que para llegar a ser el número uno, y sobre todo para mantenerse ahí arriba, no sólo hay que pedalear. Cuando uno está ya instalado en la cima, también tiene que aprender a convivir con la soledad de las alturas. A partir de ahí, el mayor enemigo puede ser uno mismo.