Hoy he ido al súper. Al pasar por la caja he visto bolsas de plástico, muchas bolsas de plástico, en un súper que hace mucho tiempo las había retirado para sustituirlas por las de papel. Las probé en una ocasión y nunca más: qué bucólicas quedan en las pelis americanas y qué absurdas en la realidad, porque no te aguanten un viaje, no ya a casa, ni siquiera al coche. Es la prueba de que en el cine todo es mentira, hasta las bolsas de papel. Al meter la compra en el maletero (confesaré aquí que siempre llevo a los súper las bolsas de su competencia), he oído un estruendo. Al girarme, un coche se había quedado encajado en una columna. Ya saben cómo son de juguetonas las columnas de los parkings. La gente rápidamente ha acudido desde todas las esquinas a evaluar el daño. Dicen que todos llevamos dentro un entrenador de fútbol o un programador de televisión, yo añadiría que también un perito. Tras un minuto que se ha hecho larguísimo, ha salido alguien del coche. “Ya te he dicho que era una mujer”, he escuchado. Ella ha mirado la herida de guerra, ha hecho un aspaviento y ha vuelto dentro. Ha arrancado y se ha ido. Nadie se ha interesado por ella, por el susto, por su día. Todos estábamos preocupadísimos por el puto coche blanco, tan frágil como una bolsa de papel… y casi tan caro.
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