La única vez que asistí a un derbi en el viejo San Mamés palmamos 2-1. Fue un sábado noche de abril del 91. Expósito entrenaba a la Real y el golito que metió el Txipiron Atkinson para igualar el tanto inicial de Valverde no fue suficiente porque Luke marcó a once minutos del final. Salimos del estadio lamentando la derrota, pero llevando sobre los hombros una bandera de la Real con una ikurriña que alguien se olvidó en el fondo norte y que aún conservo en casa. Este trofeo y la juerga posterior por el casco viejo fue lo mejor de la noche. Conseguir las entradas fue sencillo. Como estudiábamos en Bilbao, nos acercamos a las taquillas del estadio y compramos dos entradas. Así, sin más. Un compañero de la redacción suele recordar que acudió al Checoslovaquia-Inglaterra del Mundial '82 en San Mamés y adquirió las entradas el mismo día del partido en unas taquillas en el Arriaga. Hoy sería impensable. Hoy no sabemos qué va a ser de nosotros mañana, pero contratamos viajes baratillos en avión para dentro de nueve meses y compramos entradas para conciertos que serán en 2025. Debe ser que nos hemos vuelto todos muy previsores. Por cierto, que si se repasan las imágenes de aquel partido, en San Mamés había muchos asientos vacíos. Hoy, sin embargo, una entrada es un tesoro.