¡Qué barbaridad! (A lo que mi amona hubiera respondido: ¡la gente que muere y la que morirá!). Hoy toca hablar de los precios de la comida. Vamos a ver si me centro, porque me llevan los demonios. Desde el ámbito sanitario nos invitan a comer sano para evitar problemas cardiovasculares, obesidad, hipertensión... Es que además sale muy caro cuidarnos. Y resulta que comprar una botella de aceite de oliva o una falda cuesta lo mismo, porque el nunca mejor llamado oro líquido ha subido un 48,1% respecto al pasado año. El incremento interanual del coste de la cesta de la compra ha sido del 9%. ¡Ahí es nada! Las frutas y las verduras acumulan subidas superiores al 8%. Comer sano es caro y, ¿qué se está haciendo? No sé. Produce carcajada pensar que un salario se incremente en proporción a la subida del aceite de oliva, pero tampoco en la de la fruta, la carne o el arroz. Me río por no llorar. Bajan la electricidad y el gas, pero no veo que las decisiones de subidas o restricciones adoptadas cuando se dieron los incrementos bestiales en el coste de la energía se hayan reconsiderado. A silbar y a mirar a otro lado. En casa, mientras, a comer pizza congelada, que es mucho más barata que la mediana a la plancha. Quien puede, puede. En misa y repicando, no puede ser y, además, es imposible.
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