Si hay algo que valoro en mi labor como periodista, es la oportunidad que mi profesión me brinda de aprender de auténticos expertos en todo tipo de materias. A veces incluso te topas con personas que te dejan una sensación de decir: ¡ostras, qué pasada! Al principio, uno se siente poquita cosa a su lado, pero tienen tanta clase que son capaces de hacerte sentir casi al mismo nivel. Hubo un tiempo incluso, en el que la emoción de estos encuentros me llevaba a abrumar a personas cercanas con un sinfín de referencias. Hoy intento ser menos pesado, y quedármelo para mí. Cada día lo valoro más. Hace poco, una persona conocida soltó una parida, así de sopetón. Y cuando le preguntaron de dónde había sacado tal afirmación, se escudó en un “Ah!, eso he oído. No sé si es así”. Ahí quedó. Flotando en el aire. Diez días antes, en otro exceso de confianza por mi parte, compartí aperitivo con unos señores a los que deseo todo lo mejor. Hablando de hijos y smartphones, un inesperado giro dialéctico nos llevó a tiempos del covid y ahí aparecieron las “vacunas y los chips que ¡vete a saber qué nos han metido”. Estábamos otras tres personas y no dijimos ni mú. Silencio. Luego deslizó una de conspiraciones geopolíticas y, ahí sí, hábil como López Ufarte, apuré la birra, y tres minutos después estábamos cada uno en nuestro sitio. Lejos.