En el fútbol se puede perder tiempo o se puede perder una eliminatoria. La Roma decidió el jueves lo primero para ganar la segunda. Con perspectiva, ni siquiera puso en juego en Donostia el billete para cuartos: lo dejó guardadito en el Olímpico, sin asumir ni medio riesgo. La Real intentó llevar a su terreno el partido y a la Roma, y bien además en la segunda parte, pero el 2-0 de la ida y la actitud romana de la vuelta finiquitaron cualquier remontada. Hubo, sin embargo, un sorprendente detalle de difícil explicación en todo ese planteamiento. Pasado el minuto 60, el balón salió por banda junto al entrenador visitante, que echó el esférico a la fila trasera del banquillo, los que terminarían vacilando al recogepelotas que fue a por el esférico una vez el juego se había reanudado con otro balón. El chaval volvió a su silla con las manos vacías. El segundo recogepelotas tuvo más éxito y acabó una escena impropia de un histórico como la Roma. Como ese Barcelona al que Jagoba Arrasate tuvo que recordarle que la Real también tiene escudo. Esos jugadores y ese entrenador portugués que empezó este show el jueves perdieron algo más que el tiempo: el respeto a esos dos chavales, al fútbol y a sí mismos como deportistas. Pese a ganar la eliminatoria.