Crecimos sorteando la ilegalidad en las excursiones escolares cuando ponían aquellas pelis en vhs en el autobús y lo primero que leíamos/escuchábamos era el “aviso legal”, con aquella voz de enterrador, advirtiendo de que lo que íbamos a ver, “incluyendo su banda sonora, está destinado exclusivamente para su uso doméstico y queda expresamente prohibida su exhibición en comunidades de vecinos, locales públicos, hospitales, hoteles, autocares...”. Joder, donde estabas precisamente tú, así que mirabas a tu profe, que a su vez tenía la mirada perdida en el infinito, seguramente no por disimular durante el mensajito sino buscando su vocación perdida entre críos gritones, pero aún no lo imaginabas. Y la cosa seguía en aquel televisor, con amenazas de multas millonarias y un pico de años de cárcel, con mención especial a la persecución de “las fuerzas de seguridad, el Ministerio del Interior y la Fiscalía General del Estado”, para “quienes comuniquen públicamente la totalidad o parte de su contenido”, que es lo que hacías con tus compis al acabar la peli, y al llegar a casa, y el lunes de vuelta a clase y durante otro mes más mínimo: comentar las escenas que más te habían molado (sí, decíamos molar). Y, pese a los avisos amenazantes, lo hicimos toda la infancia y los años venideros. Así que lo de ahora de no compartir la cuenta de Netflix bajo amenaza de multa de 6 euros te dibuja una sonrisa.