Dentro de las motivaciones germano-centristas que imperan en Europa desde hace años, era de los que pensaba que la guerra en Ucrania acabaría, o por lo menos enfilaría su final, en el momento en el que en Berlín comenzase a hacer frío, aún más, después del presunto sabotaje británico al gaseoducto Nord Stream 2. Pese a los esfuerzos por poner en marcha una regasificadora, el sobrecoste adicional de la energía es ineludible. Más allá de la estrategia para lograr compromisos por parte de EEUU, entendía la reticencia inicial del canciller Scholz a enviar tanques Leopard a Ucrania, no como un ejercicio de elusión de escalada bélica, sino como una maniobra pensada a largo, para cuando toque reconstruir las relaciones comerciales con Rusia. Porque sí, la guerra acabará, aunque no será este invierno y tampoco el siguiente. El tempo ruso, a diferencia del prejuicio occidental al respecto, es lento y se basa en la erosión. Pero sí, en algún momento, el grifo del gas volverá a abrirse. Y cuando lo haga, todo por lo que los países de la OTAN dicen luchar contará con un pie de página que anuncie las excepciones a la regla. Mientras tanto, Ucrania será arrasada, al igual que la economía del ciudadano europeo. Tanto es así que Iberdrola ya me ha anunciado que la factura del gas superará los 450 euros y eso que en casa, a kilómetros de Alemania, apenas hemos puesto la calefacción.