Si es verdad que la vida manda mensajes, que todo lo que ocurre es por algo, la vida ha querido que comience el año sin mirar atrás. O más concretamente, ha querido que el codo torpe o la mano larga de alguien se tropezara con el retrovisor izquierdo de mi coche, perfectamente aparcado (no solo el retrovisor, todo el coche en realidad), y que allí no quedaran ni añicos por el suelo, que algunos puzles he hecho en mi vida y con un buen pegamento al menos podría haber improvisado una manera casi digna de llegar a casa. Pero no, con mucho giro de cuello, prudencia y ayudado por un horario que desaloja la red viaria para que la recojan, la limpien y la guarden hasta la mañana siguiente, he comprobado que conducir sin mirar atrás es un gran desafío porque, aunque sabes que allí no hay ningún reflejo, tu cerebro te dice que tires para delante, que no hay ningún peligro, y no es verdad, simplemente te falta la referencia visual de tu alrededor, aunque haya un montón de gente que va por la vida, en coche o andando, precisamente así, atropellando a los demás y no porque tengan un punto ciego, simplemente por no mirar al retrovisor. Ya sabía lo peligroso que es conducir mirando solo al retrovisor, pero para empezar este 2023 he aprendido que también lo es, y engaña más, conducir sin tener uno.