Pues ya está aquí el nuevo año, con signos evidentes que muestran el curso inexorable del tiempo. Hasta la pequeña de la casa (que de pequeña ya no tiene nada) se sorprendió ayer del aspecto tan juvenil que gasta la pareja de Tolosa que ha traído este año al primer bebé en Gipuzkoa. Ir al médico me deja una sensación similar: parece que me está atendiendo mi hija mayor. Pasan las hojas del calendario y te vas colocando en otro lugar en el mundo. Ni mejor ni peor. Distinto. Hoy he vuelto a recordar aquello que me dijo mi madre en plena adolescencia, que 20 años no eran nada. Le miré entonces como a una marciana, pero qué razón tenía. Esto va a toda pastilla y, aunque el cuerpo va teniendo sus cosillas, por dentro sigues siendo el mismo tipo de siempre, un chaval cincuentón con sus proyectos, nada más y nada menos. Porque no hay mayor tormento que vagar por la vida sin pena ni gloria, sin encontrar un propósito, un sentido a todo esto. Qué bueno estrenar un año más junto a una familia que es un sol, y a la que nunca agradeceré lo suficiente la inmensa suerte de compartir este viaje. Y aunque me esté poniendo moñas, me trae sin cuidado. Algo positivo tenía que tener cumplir años, y a la buena onda también hay que ponerle palabras. Feliz 2023, y agárrense bien fuerte a todo lo que les ilusione.