Uno de los gigantes en el negocio de las criptomenedas, con sede en Bahamas, y que había estado valorado en 32.000 millones de dólares, ha caído en bancarrota y ahora un montón de clientes intenta evitar perderlo todo. Qué sorpresa, ¿no? El dinero que nacía de la nada se evapora de repente y anuncian un efecto dominó en otras plataformas, en otros inversores, porque las desgracias ya sabe usted que nunca vienen solas, y estas cosas asentadas en grandes pilares de la oportunidad, nos decían, se caen un día como un castillo de naipes. Y de pronto, ya no aparecen esos anuncios tan bonitos en los que te animaban a seguir los pasos de un tipo que vive en Madison (Wisconsin), Madrid o Usurbil y que, invirtiendo 100 eurillos, incluso menos, se había convertido en milmillonario y yo no porque soy un pobre sin visión para los negocios y moriré siendo pobre por torpe al no subir al tren del dinero fácil, ese que dicen que trabaja para que tú no lo hagas. El mío, además de escaso, es vago. Seré un escéptico, pero hijo de minero, que le tocó picar bajo tierra sin cumplir la mayoría de edad y aprendí hace ya demasiado tiempo que las minas son muy jodidas porque te dejan negros los pulmones, te matan demasiado pronto y solo se hacen ricos los que no se meten dentro.